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Ganó el odio; perdimos todos

Triste fue el resultado de la marcha “No más consultas a modo” mejor conocida en redes como la marcha Fifí. No solo no tuvo capacidad de convocatoria como para convertirse en un movimiento de oposición medianamente serio (en la Ciudad de México fueron alrededor de cinco mil; en Guadalajara cabían en una selfi) sino que tuvo rasgos terribles de xenofobia, clasismo y odio, mismos que fueron correspondidos con ataques en redes o incluso con pancartas descalificadoras también llenas de odio en la misma ruta de la marcha.

El odio parece ser la marca de los tiempos. Un país dividido en chairos contra fifís corre el riego de partirse. Los llamados chairos creen que ganar la elección no solo les dio la Presidencia de la República y las Cámaras, sino que es el momento de la venganza: el pueblo contra la mafia del poder; los menos favorecidos frente a consentidos del sistema. No necesitan demostrar nada, ni respetar las formas de la democracia, ni sostener técnicamente sus argumentos: somos más y ahora se aguantan. Los llamados fifís no acaban de entender ni aceptar que fueron abrumadoramente derrotados en las urnas, que la mayoría del país quiere otra cosa. Se creen moralmente superiores porque fueron a escuelas de paga o porque tienen acceso a información o porque tienen dinero, lo cual hace doblemente patética su ignorancia.

Los llamados fifís no acaban de entender ni aceptar que fueron abrumadoramente derrotados en las urnas, que la mayoría del país quiere otra cosa

López Obrador ganó la Presidencia polarizando. Así son las elecciones, pero eso hay que dejarlo atrás. El principal responsable de que el país no se parta, que el discurso del odio no aflore de uno y otro bando será el Presidente de la República, no por lo que pueda tener de liderazgo frente a sus bases, sino porque su discurso marcará en gran medida la tónica de lo que suceda en espacio público, en medios y redes sociales.

El odio nubla la racionalidad, como ha quedado claro en los mensajes de una y otra parte. Argumentar que los fifís no tienen derecho a marchar porque no son pueblo, o porque no marcharon por otros motivos políticamente correctos es profundamente antidemocrático; llevar pancartas insultando a los chairos y migrantes que tienen hambre y distribuir propaganda antinmigrante de un llamado Movimiento Nacionalista Mexicano es lo más cercano al fascismo que me ha tocado ver en este país.

La mayoría de quienes marcharon ayer, estoy cierto, no son xenófobos, ni quienes votaron por López Obrador quieren venganza, sino simple y llanamente un país donde el combate a la pobreza y a la injusticia social sea prioridad. Pero, tristemente, ayer ganó el odio y perdimos todos.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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