Gabriela
¿Cuánto leemos hoy en día? Con un teléfono móvil en la mano, que a veces cumple las funciones de tableta y libro electrónico a la vez, se podría pensar que mucho, pero ¿realmente somos lectores reflexivos? La respuesta es personal, lo importante es que seamos honestos con ella.
Esta pregunta también se la ha hecho la autora argentina Gabriela Cabezón, quien terminó por convencer al jurado con su reciente novela “Las niñas del naranjel” para otorgarle el premio Sor Juana Inés de la Cruz 2024 que concede la Feria Internacional del Libro. En la obra que le concede el reconocimiento, la escritora narra la vida de Catalina de Erauso, la novicia española que huyó del convento para enlistarse en las tropas que conquistarían América con la identidad de un varón y vivió para contarlo.
Reflexionar es un acto de valor. Lo fue antes y lo es hoy en día. Precisamente eso es lo que “Catalina” hace mientras le escribe una carta a su tía y le cuenta lo que ha vivido desde su fuga del claustro dos décadas atrás: travestirse para entrar al ejército, su participación en la guerra del Arauco, someter al pueblo nativo mapuche y sus crímenes acumulados, hasta la fuga que la reconecta con su esencia al interior de la selva, a donde se adentra acompañada de dos pequeñas niñas nativas y vive de lo que el entorno le permite.
La misiva del personaje es ese acto de reflexión que todo autor hace mientras escribe, el que todos los lectores viven frente a un texto, el que todos los ciudadanos experimentan sobre la realidad que habitan, la diferencia radica en que además de reflexionar se requiere valor para hacer algo al respecto.
Gabriela Cabezón rescata en sus textos, entre otros aspectos, cómo esa violencia que vivieron los pueblos nativos de América a manos de los españoles hace 500 años es la misma violencia que hoy viven las ciudades sometidas por la delincuencia, el poder y el extractivismo, pues si algo ha permanecido en el tiempo desde la colonización es el desplazamiento de los habitantes más vulnerables cuando sus tierras gozan de un recurso valioso y explotable.
Aspectos tan elementales y tan valiosos como el abuso al ambiente, a las culturas y a los sectores vulnerables es lo que ha hecho de la autora una activista en sus letras y en la vida, porque los problemas sociales hoy no difieren mucho de los del pasado, de ahí su interés por la novela histórica.
En la narrativa de Gabriela Cabezón se puede reflexionar sobre el papel de las mujeres insumisas y los problemas socio-históricos latinoamericanos. En “Las niñas del naranjel” la autora se permite ficcionar la biografía de una novicia del siglo XVI, un personaje siniestro que cometió cualquier cantidad de crímenes con la identidad de “Antonio” y se desarrolló en un sistema moral en el que pudo ser perdonada por la iglesia y por las leyes de la corona por el solo hecho de cumplir con el voto de castidad, aunque cargara con varios homicidios a cuestas; mientras que en “Las aventuras de la China Iron” (2017), reinterpreta la obra “Martín Fierro” de José Hernández desde la óptica de su esposa, rescatándola de la opresión del siglo XIX.
Es a través de las letras que Gabriela Cabezón pasa de la reflexión a la acción y le otorga libertad a esas mujeres valientes e irreverentes que desafían al sistema, que nacieron oprimidas en otras literaturas, por otros autores en otro tiempo y a través de su pluma las reinventa, apegándose a la faceta feminista que le ha dado notoriedad, una convergencia con la mujer que le da nombre al premio que recibe este año en la FIL, que pese a la adversidad del momento en que vivió pudo trascender.