Fiesta sin goles
El día esperado por algunos y temido por otros llegó. La presentación de México en el Mundial de Qatar ante la Selección de Polonia. Está por demás recordar el entorno de pesimismo que rodeaba el ámbito de la oncena Tricolor.
A lo largo del día se palpaba cierta incertidumbre entre los aficionados mexicanos que, ataviados con su camiseta verde, motivos folclóricos, y uno que otro elemento estrafalario, se paseaban por los puntos turísticos de Doha.
A la una de la tarde los cafés y restaurantes estaban abarrotados para ver el partido entre Argentina y Arabia Saudita.
Cuando el encuentro terminó, incredulidad y sorpresa por la derrota de la Albiceleste se manifestaba en los rostros de los aficionados que portaban camisetas de una gran mayoría de los equipos que disputan la Copa del Mundo.
Una vez más se volvió a comprobar que en el futbol los partidos hay que jugarlos y que no hay equipos invencibles, aunque Lio Messi juegue en uno de ellos.
La cita con la nueva historia de México en el Mundial estaba agendada para las 7 de la noche.
El tráfico era intenso en las inmediaciones del peculiar Estadio 974, construido a base de contenedores; las vallas que fueron colocadas de varios cientos de metros de las banquetas se convirtieron en “ríos verdes” por los miles de aficionados mexicanos que ordenadamente caminaban hacia los ingresos del inmueble.
Antes del encuentro, por lapsos se motivaba a ambas aficiones. Joe Mendoza (la voz oficial del estadio de los Charros de Jalisco) entusiasmó a la tribuna mexicana con sus arengas y con música mexicana de fondo. Las canciones del gran Vicente Fernández y el “Cielito Lindo” hicieron vibrar al 974 y ni que decir cuando se entonó el Himno Nacional, que fue cantado a una sola voz y con mucho sentimiento por los aficionados.
Treinta y nueve mil 369 fue la cifra oficial de asistentes, de los cuales seguramente por los menos 35 mil eran mexicanos.
Los aficionados polacos eran evidente minoría, pero ruidosos al momento en el que, vía VAR, el árbitro Chris Beath señaló el penal que ejecutó su gran figura Robert Lewandowski, y que fue atajado por Guillermo Ochoa, acción clave en el encuentro y que hizo que el alma regresara al cuerpo de los seguidores del Tri, que tenían contenida la respiración.
El momento anímico presagiaba algo bueno para México, pero al final todo quedó en un empate a cero.
En las “catacumbas” del estadio había tranquilidad en los jugadores mexicanos. La igualada, sin ser un mal resultado y más por lo se creía iba a suceder, no les dejó un sabor del todo agradable por la forma como jugaron, así me lo dijo Luis Gerardo Chávez.
Guillermo Ochoa fue elegido como el mejor jugador del partido y le entregaron el trofeo que otorga Budweiser (la cerveza oficial que no se vende en los estadios de Qatar). El portero del América fue el más solicitado por quienes tienen los derechos de transmisión para ser entrevistado.
El “Chucky” Lozano cambió camiseta con su compañero del Napoli, Piotr Zielinski. Polacos y mexicanos se despidieron con mucha amabilidad y se desearon buena suerte… y creo ambos la van a necesitar.