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Feliz cumpleaños, (querida) Guadalajara

A Guadalajara la conozco -como decimos aquí- de toda la vida, por lo menos de toda mí vida y de algunos relatos previos. Nací y crecí en esta cuna y gracias a eso le conozco el modo aunque para ser franca por no venir de padres tapatíos, sí me costó trabajo encontrárselo. 

A estas alturas, después de treinta y tantos años de vivirla, ya sé como es, ya sé más o menos qué le duele, qué le da vergüenza que sepan otras ciudades de ella, qué temas le molesta que se toquen en público y hasta me ha contado en voz baja qué quiere ser cuando sea grande. 

Conozco casi de primera mano a algunos de sus más grandes orgullos vivos, sé que hace algunas décadas fue tan plácida que de pronto, para muchos no nacidos en ella, fue y es una opción para habitar. Haz fama y échate a dormir, dicen. 

Guadalajara en ese sentido es una ciudad que a primer vistazo, lo tiene todo para estar: gran infraestructura cultural, gente que hace negocios de escala mundial, un clima envidiable (si se compara con sus pares en el país) y un tamaño “razonable”. Es la capital de un enorme y poderoso Estado y como fieles a la centralización que somos en este país, casi todo en Jalisco gira pues alrededor de ella.

De lo mejor que tiene la ciudad para nosotros sus habitantes que a diario la vivimos y recorremos -y no me dejará usted mentir- son sus árboles. El casi perfecto clima (exceptuando abril y el infernal mayo) por el que la ciudad transita, hace que camellones y banquetas enteras se vayan coloreando a modo de desfile de modas con los colores más fulgurantes de las atmosféricas, primaveras, jacarandas, rosas moradas, tabachines y luego las lluvias de oro. 

Durante casi 8 meses, el mínimo trayecto a pie o en vehículo se convierte en una ofrenda cargada de efímera belleza. Si yo fuera gobernante de la ciudad me dedicaría a resguardar y multiplicar este patrimonio natural, a administrar lo qué hay y casi-casi que lo demás ruede.

Pero no, a Guadalajara ya no se le puede dejar que ruede. En contraparte de sus maravillosos jardines lineales están las nauseabundas telarañas de cable que cortan el paisaje urbano y créame -si usted está leyendo la presente fuera de la ciudad- que es difícil hasta encontrar tras de ellas el cielo azul. No hay esquina que se salve, no hay poste de luz o teléfono que no haya sido invadido y luego abandonado por los hombres que sobre sus escaleras van tejiendo y dejando aquel cable infinito sin que nadie regule ni diga nada. 

Aquel mito con el que crecí en mi infancia de que en quince minutos se estaba si no al otro lado de la ciudad sí con un buen trecho recorrido, es ahora completamente obsoleto. No importa en qué barrio se mueva uno, hay que tener mucha suerte para no hacer un trayecto de por lo menos 35 minutos de punto a punto y en resumen de la jornada pasar medio día en tránsito. 

El tráfico es brutal y ya lo dicen los chilangos, verá usted. Guadalajara tiene hoy un problema de salud pública al que hacer frente de manera urgente con extrema sensibilidad sin querer ahorrarme la palabra humanidad y que nos concierne a todos: la gente en situación de calle. 

Guadalajara tiene sus puntos limpios, sucios. Sus restaurantes vigilados por cuerpos de seguridad privados porque de los públicos, no se sabe. En Guadalajara gobierna todavía un deber ser y una moral, o una famosa y endémica doble moral. 

Guadalajara es esa ciudad donde el machismo sigue siendo un método de educación y la misoginia un modo de ser al que por compromiso en reuniones familiares es todavía mal visto no reírle a los tíos. 

Ni hablar de la inseguridad. En fin, le duelen muchas cosas a la cumpleañera y parece que -fiel a su tradición- no se deben de notar.

Soy una tapatía renuente, no sé si escogería vivir o nacer de nuevo en esta ciudad pero sé cómo quiero vivirla en adelante y sé muy bien cómo me gustaría que la vivieran los niños que vienen, mi hija entre ellos. Por supuesto qué hay muchas, muchas más cosas que disfruto además de sus parques lineales pero al vuelo y dentro del caos cotidiano se me ocurren pocas. Cualquier relación que se proponga uno, requiere saber en primer lugar quién es el otro, pero sobre todo que puede uno ofrecer en esa relación. El potencial -de esta y que nadie se confunda, maravillosa ciudad-, lo construido, su capital que es inmenso nos compromete a que el resto dependa de la construcción de todos. De todos.

Feliz cumpleaños, querida Guadalajara. Mis mejores deseos, cuentas conmigo.

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