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Felipe y Margarita, el desastre que no termina

Pocas cosas dan cuenta de la magnitud de la crisis del PAN que la reincorporación de Felipe Calderón y Margarita Zavala al seno del partido, luego de los muchos agravios cometidos en contra del blanquiazul. Algunos consideran masoquistas a las parejas que tras un divorcio vuelven a contraer matrimonio; otros, más generosos, pueden atribuir el reencuentro a un sano ejercicio del perdón cristiano. Pero en términos políticos, en este caso se trata francamente de una regresión al pasado que perjudica al partido. En momentos en que tendría que exigirse al PAN (igual que al PRI) una disposición a la autocrítica como primer paso para construir una alternativa de cara a la desigualdad, la pobreza, la corrupción y otras calamidades que llevaron a la población a votar por López Obrador, el partido decide vincularse a una pareja que contribuyó a generar los problemas que condujeron al votante a abrazar otras banderas. Peor aun, en buena medida la crisis del partido tiene que ver con la distorsión provocada por el calderonismo en el panismo, una corrosión que terminó por desdibujar su esencia misma y el peso de su corpus ético e ideológico.

Recordemos. En 2006 parecía que el arribo de Calderón a la presidencia constituía una reivindicación del verdadero panismo. Felipe y Margarita representaban la corriente interna del partido en contra del arribismo de Vicente Fox y  Martha Sahagún. Durante la campaña Calderón afirmó que, ahora sí, el panismo gobernaría en México, en clara descalificación del sexenio foxista. Y había razones para creerlo. El padre de Felipe había sido fundador, la futura pareja presidencial se conoció en actividades partidistas y a ellas dedicaron sus vidas, él escaló todas las posiciones del instituto político hasta llegar a presidirlo. En la campaña presidencial logró imponerse en contra del precandidato de Fox, Santiago Creel, gracias a una rebelión de los panistas puros en contra de la heterodoxia foxista.

En diciembre de 2006 parecía que, en efecto, el PAN por fin había llegado al poder. Pero en cuestión de semanas el nuevo presidente dejó en claro que lo que ahora gobernaba no era el PAN sino el calderonismo. El propio gabinete, una colección de personajes menores y subordinados al joven mandatario, fue elegido haciendo a un lado a las figuras importantes e ignorando los liderazgos regionales. Por el contrario, el presidente buscó debilitar todo lo que pudiera competir con sus deseos. Emulando los viejos modos priistas, y en contra de la arraigada tradición democrática que había caracterizado la vida interna del PAN, el nuevo presidente barrió con la pluralidad preexistente con la clara intención de convertir al partido en una extensión de su voluntad. Su estrategia alcanzó para suprimir, pero no para controlar del todo. En el momento de la sucesión fue incapaz de imponer a su delfín, Ernesto Cordero y fue víctima, a su vez, de una rebelión interna que llevó a Josefina Vázquez Mota a conquistar la candidatura.

El fracaso de la postulación de Ernesto Cordero obedece a dos motivos: por un lado, se trataba de un pésimo candidato, falto de carisma y con escasos vínculos con la militancia blanquiazul.

Constituía una candidatura tan improbable que muchos analistas asumieron que se trataba de un candidato elegido para perder, toda vez que las encuestas señalaban como gran favorito a Enrique Peña Nieto. La compra del avión presidencial para ser inaugurado por el futuro mandatario priista y el empecinamiento de Felipe para imponer a Cordero, entre otras cosas, llevan a sospechar que el mandatario saliente estaba más interesado en garantizar su supervivencia política que en apoyar a su partido. Por otra parte, si bien los cuadros panistas se subordinaron al presidente durante el sexenio (y los que no lo hicieron fueron marginados), al final del período el desgaste del gobierno, la indignación popular por la ineficiencia y por la inseguridad pública desatada por sus estrategias, eran tales que los grupos regionales pudieron sacudirse el control de Los Pinos.

Lo que siguió fue un larguísimo divorcio. Calderón no solo no ayudó, sino estorbó a la campaña de Vázquez Mota. Y una vez consumado el regreso del priismo, no ahorró elogios para congraciarse con el nuevo régimen. Los siguientes años dieron paso a toda suerte de escaramuzas en las que los cuadros regionales poco a poco comenzaron a retomar el control del partido. Al final del sexenio de Peña Nieto, la pareja quiso imponer la candidatura de Margarita Zavala, pero fue derrotada por Ricardo Anaya. Lejos de disciplinarse, Felipe y Margarita volvieron a optar por poner al calderonismo por encima del panismo; entre descalificaciones e intrigas contra el partido, intentaron provocar un cisma para forzar una candidatura independiente. Fracasada también esta opción, en los últimos dos años intentaron fundar su propio partido, México Libre, con cargo a la base social del PAN.

Tampoco lo consiguieron.

Hasta aquí el recuento. Lo que sigue es un despropósito. Uno pensaría que luego de la detención en Estados Unidos de García Luna, el policía de Calderón, lo cual no hizo sino agravar la deteriorada imagen de su gobierno, y tras los repetidos fracasos para regresar al poder, esta pareja tendría que haberse recogido a la vida privada. Tuvieron seis años para mostrar lo que podrían hacer por México y el resultado dejó mucho que desear, ¿cuál es el afán para buscar colarse por otra rendija y estirar un protagonismo sin más propósito que la ambición o la vanidad?

Podría entenderse si tal activismo obedeciera a un compromiso vital con las banderas del PAN, pero la disposición a traicionarlas sugiere que la única bandera profesada por el calderonismo es el interés personal de esta pareja.

Mucho menos explicable es la actitud del PAN. Resulta incomprensible vincularse al pasado y convertirse en fiador de la pesada factura que arrastra Calderón y su sexenio. A cambio de 250 mil supuestos seguidores del frustrado México Libre, que de cualquier manera votarían por el PAN, el partido decidió contraer una deuda de la cual en realidad debería estarse disociando. Un enorme disparo al pie al cual los lopezobradoristas sabrán extraer provecho y festejarán de aquí a las próximas elecciones.

www.jorgezepeda.net
 

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