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Fe ciega versus ayúdate que yo te ayudaré

Segunda de dos partes

Por un error cometido por el que esto escribe, la segunda parte del tema al que hace alusión el presente título, no fue publicada ya que se envió, insisto, erróneamente la primera parte de : “Memoria íntima cercana a un deber”. Por lo tanto hoy terminaré agotando el complicado cuan doloroso tema del abandono en el que quedan las personas con ciertos tipos de discapacidad una vez que los padres faltan.

Dividíamos el tema en dos casos, primero, aquel cuya posición económica de la familia permite que se disponga de recursos económicos para contratar “monitores” profesionales que se hagan cargo de atender las necesidades diarias de la persona, condición que aminora notoriamente el pesar del deudo y es factible superar los retos propios de su discapacidad. La holgura económica no quita la responsabilidad de vigilar constantemente el trato que recibe la persona con discapacidad.

Los casos en los que las condiciones económicas en las que se queda la persona con discapacidad son francamente de quiebra, provoca un fenómeno cuyo signo es la mayor y más triste de las injusticias; solo Dios sabe el porqué de estos dolorosos sucesos. Los casos en desgracia son poco conocidos porque viven en el anonimato y están convertidos ahora mismo en una de las mayores deudas del Gobierno y en menor medida pero deuda al fin de la propia sociedad.

Las acusatorias preguntas se vienen en cascada, ¿Dónde están las residencias que permitan la asistencia profesional y afectiva de las personas con discapacidad que han perdido a sus padres, que han sido olvidados por sus hermanos, por sus parientes? ¿Dónde están los fondos de pensiones para satisfacer las necesidades más apremiantes, comida, vestido y medicamentos? ¿Dónde los espacios, los centros de atención para todo tipo de rehabilitación que ellos necesitan? ¿Dónde los fondos para pagar salarios a los especialistas en rehabilitación?

Se trata de un asunto de la mayor injusticia, de una increíble crueldad al analizar el desprecio gubernamental y social que se les dispensa a este colectivo, por cierto, colectivo formado por personas antes que nada, por ciudadanos con todos sus derechos. Pocas esperanzas existen ahora mismo de que el tema sea atendido, aceptemos que convivimos con sectores de la sociedad corrompidos y amnésicos que hacen que estas personas pertenezcan a la franja de los mártires cuya narrativa de vida es consignar la barbarie humana en pleno siglo XXI, un caso mas que confirma el derrumbe de los valores humanos básicos.

No queda duda que vivimos con la vecindad de rincones de soledad, abandono, pobreza, que hacen mas turbio y denso el anhelo de solidaridad y de inclusión, predomina el desinterés, el desdén, incluso el menosprecio. Los padres de familia con hijos con discapacidad y en condiciones de pobreza deben buscar almas caritativas que las hay a fin de que vean por sus hijos cuando estos falten; recordemos lo que dice Blaise Pascal: “A fuerza de hablar de amor uno llega a enamorarse”.

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