FIL GDL: ¿somos lectores o electores?
En la contramarcha alfarista de la FIL Guadalajara vi el tráfico colapsado antes de las nueve de la mañana en los alrededores de la Expo Guadalajara mientras los contingentes tapizaban el Parque de las Estrellas.
–¿Aquí es la reunión de transportistas? –lancé el señuelo a un grupito.
–No, nosotros somos de Educación. Los de transporte público creo que son esos de azul, allá –señaló una mujer.
En la protesta “por una FIL libre de Raúl Padilla”, convocada por Movimiento Ciudadano Jalisco, Protección Civil del Estado reportó 19 mil asistentes. No sé si eran tantos, pero sí bastantes, casi cubrieron la hectárea completa del parque.
La mayoría de los manifestantes eran maestros sindicalizados. Hubo reportes de que movilizaron a transportistas.
Como parte del contingente, vi a 19 estudiantes wixárikas de secundaria en Mesa del Tirador, en Bolaños. Me contaron, adormilados aún tras el viaje en autobús toda la madrugada, que su maestro los había traído a protestar.
Vi que cada contingente se agrupaba en torno a un personaje de la política. Vi al diputado Gerardo Quirino. Su grupo, el más pequeño pero el más ruidoso, matracas y batucada incluida, ocupó la vanguardia en la marcha.
En el otro extremo vi a funcionarios de Guadalajara: la regidora Patricia Campos, Miguel Zárate de Gestión Integral de la Ciudad, el ex diputado Javier Romo, el secretario general Eduardo Martínez Lomelí y las diputadas Gabriela Cárdenas y Priscila Franco. Todos encabezaban un grupo o pertenecían a él en una especie de demostración de músculo electoral. También vi, no directamente, pero sí en fotos, a Héctor Pizano y a Diego Monraz.
La marcha avanzó por el centro de la Avenida Mariano Otero. El contingente principal, encabezado por Quirino, se estacionó por hora y media en la explanada de la Expo Guadalajara ante el cerco humano que hicieron los universitarios. En esa punta de lanza vi al secretario Juan Carlos Flores con un letrero: “Queremos una FIL libre”, y a su lado a Alberto Esquer, secretario de Asistencia Social. Más tarde, un poco atrás, vi a la senadora Verónica Delgadillo haciéndose un selfie. En eso dos mujeres me abordaron al ver mi gafete:
–¿Sabes por dónde podemos entrar a la FIL?
Patricia y Beatriz. Poblanas, ingenieras de profesión y amantes de los libros. Me contaron que acudieron a la FIL por primera vez este año. Habían llegado la noche anterior desde Puebla.
–¿Por qué está todo esto? –preguntó una.
–¿Tú qué has escuchado? –reviré.
–Sólo escuchamos “acarreados” –interrumpió la otra.
En ese momento, universitarios y emecistas confrontaban consignas y cánticos: acarreados, fuera Padilla y su familia, UdeG, UdeG…
Un guardia nos indicó que podíamos entrar por la puerta de Avenida Las Rosas porque la principal, además de cerrada, era intransitable. Ambas se miraron.
–¿Y sí es seguro? ¿No van a poner una bomba?
Dudaron: –Mejor no, vámonos, no me da confianza.
Vi a las dos lectoras alejarse.
Entré a la FIL cuando comenzaba el evento de inauguración. Nadie pensaría que afuera había una manifestación. Vi a un guardia de seguridad y le pregunté por qué protestaban en la entrada.
–Alfaro no quería que se hiciera esto –me dijo en tono chismoso y señaló el conjunto de stands alrededor.
Caminé un rato entre los pasillos mientras escuchaba el discurso inaugural en mis audífonos. Algunos expositores, casi amodorrados, aún desempacaban.
Mientras el escritor rumano Mircea Cartarescu hablaba de la naturaleza subversiva de la poesía (“La poesía es, de hecho, otro nombre para la libertad”), llegó a mi teléfono un video de los manifestantes que empujaban y mentaban madres entre consignas, matracas y batucada. Al centro, el diputado Quirino Velázquez hizo una señal inconfundible.
La diferencia, dijo alguien más tarde, entre lectores y electores.
jonathan.lomelí@informador.com.mx
Jonathan Lomelí