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Éxito artístico y de público

Un éxito artístico y de público -cosas diferentes, por cierto, aunque esta vez coincidieran- significó la presentación en Guadalajara de la Orquesta Sinfónica de Israel (OSI). El evento tuvo lugar la tarde del domingo en la Sala Moncayo del Palacio de la Cultura y los Congresos (PALCCO), con tres cuartas partes de las localidades ocupadas.

El ensamble se había presentado la víspera en el Teatro Juárez de Guanajuato, dentro del Festival Internacional Cervantino, y ofrecería dos conciertos más en la Ciudad de México, ayer y hoy, en el Palacio de Bellas Artes.

Pulcra, ortodoxa, equilibrada, la OSI, dirigida por su titular, Yeruham Scharovsky ùde ascendencia argentina- interpretó inicialmente Hora, danza tradicional de carácter ligero, festivo, correspondiente al poema sinfónico Emek, de Mark Lavry.

En la parte central, Danielle Akta, justamente calificada “niña prodigio”, porque a sus 15 floridas primaveras tiene ya una trayectoria internacional que comenzó hace dos años e incluye actuaciones bajo la dirección de grandes músicos como Daniel Baremboim y Vladimir Spivakov -con quien realizó una gira por varias ciudades de Estados Unidos-, interpretó (magistralmente, hay que decirlo) el Concierto para Cello y Orquesta en Mi menor, Op. 85, de Elgar. No precisamente por sus exigencias virtuosísticas -que las tiene-, la obra, por su alto grado de dificultad, demanda madurez del intérprete,  o una precocidad notable en el dominio del instrumento como el que demostró Danielle, quien obsequió un encore pródigo -ese sí- en alardes de virtuosismo.

En la segunda parte, la OSI ofreció una digna, muy disfrutable versión de la popular Sinfonía No. 9 en Mi menor, Op. 95, “Del Nuevo Mundo”, de Dvorak. Salvo el tercer movimiento, con pasajes en que el brillo de los metales eclipsó a las cuerdas, la interpretación fue pulcra, y la aportación de la batuta, impecable. El allegro molto del primer movimiento, el largo (segundo movimiento, con el encantador solo de corno inglés) y el finale, sobresalieron.

Hubo dos encores: un arreglo de “Cielito Lindo” y la melodía popular hebrea (considerada segundo himno nacional israelí), “Jerusalén de Oro”.
La nota reprobatoria sería para los aplausos inoportunos y para los asistentes (poco o nada habituales en los conciertos) que, pese a las amonestaciones de las y los edecanes, se empecinaron en tomar videos con sus teléfonos celulares. (Bien dijo Christian Leotta: “Es Guadalajara…”).

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