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“Estoy grande, pero no estúpida”

La historia de Martina quizás también es la historia de tus padres o tus abuelos y algún día, muy probablemente, será tu propia historia… o a lo mejor ya lo es.

Martina entregó el pasado 3 de mayo una carta de una cuartilla a los ejecutivos del banco en la sucursal de Tapalpa, donde reside con su esposo, ambos sexagenarios jubilados. Allí expuso lo siguiente:

En abril solicitó la reposición de su tarjeta de débito por vencimiento. Recibió un nuevo plástico, pero sin los datos impresos. Tras varias llamadas, le dijeron que esa información estaba en su cuenta en línea a la que ingresa desde su computadora. Encontró todo, menos el código de seguridad.

Tras más llamadas y vueltas al banco, le informaron que esa cifra sólo se obtiene por medio de la aplicación móvil de la institución. Tras más llamadas y consultas, le dijeron que debía migrar del Token físico al virtual y manejar todas sus transacciones desde el móvil.

Las últimas líneas de su carta son categóricas:

“Estoy completamente incrédula de que me quieran OBLIGAR a usar la app para recuperar el código de seguridad de mi nueva tarjeta (...) Sé que para muchos es muy práctico usar su celular para manejar varios aspectos de su vida, pero es opción de cada uno. A mí no me conviene usar mi celular para manejar mi cuenta bancaria. Tecla y pantalla son demasiado chicas para usar cómodamente. Quiero recordarles que una persona de la tercera edad puede tener problemas de la visión y/o de la destreza de los dedos y las manos”.

“Los desarrolladores olvidan que no sólo hacen productos para personas de la misma edad y capacidad que ellos. Con esta inconsciencia discriminan a personas de la tercera edad. La tecnología debe servir a la gente para mejorar y facilitar su vida, no la gente debe servir a la tecnología. ¡Les urge adaptar sus servicios a las necesidades de todas las generaciones!”.

Hay un detalle de esta historia que nadie debe pasar por alto. Martina usa la computadora y navega en internet. Muchas de sus compras las hace en línea. Su problema no se resuelve con la “ayuda” de alguien más joven, nada de eso, pues ella podría hacerlo. Simplemente no desea usar la maldita app porque le resulta impráctico, difícil y riesgoso:

“Sólo es más complicado físicamente, no mentalmente. No estoy estúpida. La gente piensa que eres grande y no sabes cómo hacer las cosas, pero la verdad no; sólo me cuesta, no me gusta usar mi celular, no tengo ninguna app excepto WhatsApp”.

En la pantalla del móvil las teclas son más chicas y sus ojos ya no son tan fuertes. La destreza de sus dedos la traicionan. Por eso se siente más cómoda en la computadora.

Por ahora usa la tarjeta de su marido, pero vence en octubre y enfrentarán la misma situación. Él es más radical; ni siquiera usa WhatsApp.

“Soy capaz de manejar la situación si ellos no cambian”, me remarcó Martina. A estas alturas me quedó claro su punto. Pero ¿se podría decir lo mismo de los ejecutivos bancarios? Este mismo problema encaran los usuarios en otros bancos. 

Tras la pandemia se aceleró la digitalización. Eso profundizó la brecha digital para los adultos mayores en un país como México que envejece rápidamente. En tres décadas, uno de cada cuatro mexicanos tendrá más de 60 años. Por eso esta no es la historia de Martina en particular sino la de todos en general. Un día nosotros seremos los adultos mayores. Es la ley de la vida.

“La gente piensa que la tecnología empezó con ellos, pero en realidad empezó con la generación antes de nosotros. La persona que desarrolló las computadores tiene la misma edad que yo, es nuestra generación, ya desarrollamos mucho, ya hicimos mucho”.  

 jonathan.lomeli@informador.com.mx

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