Ideas

Estira y afloja

Menos mal que algo puede celebrar el Presidente López Obrador: su cumpleaños.

De su gestión, aun suscribiéndose a una de las más célebres frases de Fidel Castro -“La historia me absolverá”-, habrá que esperar a que el tiempo (“supremo juez” según la célebre frase de Paul Dukas) diga la última palabra.

-II-

Por lo pronto, en el debate parlamentario derivado del estira y afloja entre los recursos que el INE demanda para realizar el año próximo la consulta sobre la revocación de mandato y lo que el Congreso ofrece, más allá del resultado del regateo, vale hacer un par de anotaciones...

Una, que la democracia es cara; no en un hipotético país en que la rectitud es la regla y la chapuza la excepción, pero sÍ en este en que sucede exactamente lo contrario. Allá bastaría con que cada ciudadano emitiera su voto en una común y corriente hoja de cuaderno, la depositara en una caja de cartón, y una “mano santa” -o sea cualquiera- hiciera el cómputo, para que el ejercicio tuviera validez. Aquí hay necesidad de gastar millonadas en “medidas de seguridad” que garanticen tanto la identidad de cada ciudadano como la autenticidad de cada voto.

La otra, que hay mucho elementos que permiten suponer que el ejercicio de la traída y llevada consulta, como sucedió con la que originalmente se planteó con la perversa intención de encarcelar a los expresidentes Salinas, Fox, Calderón y Peña Nieto, degenere en una grotesca reedición -valga el pleonasmo- de la fabulilla de “El Parto de los Montes”, con la consabida moraleja: “Después de tanto ruido solo viento”. Primero, porque aun si se consiguen las firmas del tres por ciento del padrón electoral vigente necesarias para promoverla, difícilmente se conseguirá la participación del porcentaje de potenciales votantes empadronados, que hagan vinculante el resultado.

-III-

Si la consulta anterior evidenció el desdén de la gran mayoría de los ciudadanos hacia la ocurrencia de evaluar las decisiones de los “actores políticos del pasado”, y promover procesos jurídicos en las que pudieran ser constitutivas de delito -cuando las leyes hacen innecesario ese aparatoso preámbulo-, en la que ahora se cocina sucede lo mismo: la inquietud no responde a ningún clamor social... Y, además, el sentido común -“el menos común de todos los sentidos”, según Jardiel Poncela- indica que se trata de una costosa ocurrencia que solo servirá para quemar pólvora -¡como si hubiera tanta...!- en innecesarios, estériles y frívolos infiernitos.

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