Eso de leer y escribir
1. El cura, el barbero y el placer capitalista
(El cura) mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
Mortificados por la salud mental de don Quijote, el cura y el barbero, con la complicidad del ama, esculcan la biblioteca para dar con “los libros autores del daño” y mandarlos a la hoguera. Porque al bueno de don Alonso le daba por leer novelas por puro gusto, algo que en todos los tiempos ha resultado sospechoso y punible para ciertos gremios autoencargados de la salvación de las almas.
Ese celo de bombero pirómano de Fahrenheit 451 ha reverdecido ahora en versión gansoestalinista según las declaraciones de un oscuro burócrata de la SEP, al que, después de haber prometido en vano renovar todos los libros de texto gratuitos, lo tuvieron que mandar a la subdirección de clips y grapas, pero que no deja de porfiar por salir en el periódico.*
Leer por el placer de hacerlo es un ámbito de plena e inalienable libertad individual; nada de extraño tiene que lo aborrezcan las tiranías. La pasión por la lectura se da por contagio. Muchos niños crecen en hogares donde no hay siquiera un libro, pero en algún momento tuvieron la enorme suerte de encontrar un maestro que les abrió ese mundo fantástico, o una humilde biblioteca escolar donde descubrieron su capacidad de convertirse a voluntad en mosqueteros, piratas o exploradores.
2. Andar copiando
En Alemania, país muy serio, el señor Armin Laschet, Ministro-Presidente de Renania-Westfalia y candidato hasta antier favorito a suceder a Angela Merkel, pasó el viernes 30 un muy mal rato cuando se vio forzado a entonar solemne palinodia, porque lo cacharon que plagió unos párrafos en un libro sobre la integración de los inmigrantes que se publicó en 2009. Tuvo que admitir haber usado contenidos de al menos un autor sin dar referencias. Su índice de popularidad cayó de inmediato. Aunque sea el líder del partido Cristianodemócrata, tal parece que tiene que irse despidiendo de sus sueños de alcanzar la Cancillería.
El trabajo de los cazacopiones es divertido y, como el tiempo, justiciero y vengador (menos cuando se trata de altos funcionarios mexicanos, claro). Los maestros de cualquier nivel tienen el oído muy entrenado para detectar cuándo los alumnos presentan como propios textos cuyo vocabulario muchas veces ni siquiera conocen. Y vaya que se ocupa ser lerdo para no poder siquiera tomarse la molestia de glosar los párrafos, y ser tan mezquino para ni escribir cuando menos “como dice Fulano…”
El benemérito Guillermo Sheridan se ha consagrado como cazacopiones VIP, lo cual es fácil de entender dado su inmenso olfato literario, sus copiosísimas lecturas (en general por placer: es capitalista) y el sinnúmero de tesis que ha dirigido. No contento con tronar a los estudiantes malandros, ha exhibido con valentía (y fruición) a muchos escribientes consagrados por la letra de imprenta.
Su última presa es de campeonato, y además con la ventaja de llevarse entre las patas a otros antiestéticos cuanto dañinos floreros gubernamentales.