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¿Escalera o elevador?

El servicio público es más antiguo que la democracia y ha existido por ende en todos los sistemas políticos del mundo. En los sistemas monárquicos o dictatoriales este servicio es evaluado por los supremos líderes, en las democracias los evaluadores son múltiples, así la sociedad, las instituciones oficiales y los partidos. A diferencia de lo que puede pasar en dictaduras o monarquías, las democracias establecen parámetros de valoración que buscan ser objetivos y que, además, fundamentan las decisiones acerca de lo que debe hacerse con un mal servidor público o con el que ha tenido buenos resultados.

Pero las democracias no son un sistema perfecto, ninguno lo es. No obstante, la democracia es tan permeable que pueden introducirse bajo su estructura todo tipo de prácticas y de corruptelas, sobre todo en las democracias representativas, que Rousseau veía como una solución a los grandes países. El mayor desvío es cuando el “representante” se convierte en sustituto de la sociedad y se maneja por la libre, algo semejante hacen los partidos cuando acaban por representarse a sí mismos, avocados a defender sus intereses y no los de la sociedad.

Justo porque existen estas distorsiones el servidor público advierte que para subir en la pirámide del poder hay dos recursos, las escaleras o el elevador. En las escaleras cada peldaño ganado es un problema social resuelto, y cada problema sin resolver, un escalón brincado que le pedirá cuentas, y de ninguna manera le permitirá seguir ascendiendo.

Pero hay elevadores, y éstos los operan otros actores y permiten el acceso por medio de otros recursos totalmente al margen de los intereses sociales y de la democracia. Esos otros operadores suben y bajan aspirantes sin que los interesados deban esforzarse en ganar escalones con su trabajo y su honestidad. Y así, mientras que por las escaleras del servicio público van subiendo los mejores, por el cómodo elevador de la corrupción política ascienden los vividores sin la menor vergüenza, aunque todo mundo se dé cuenta de que están haciendo trampa. Porque, además, todo mundo no les pedirá cuentas y hasta aplaudirá su “audacia”.

Eso fue justamente lo que hizo Roberto Madrazo en el maratón de Berlín, en 2007, brincándose cómodamente 15 kilómetros, con la idea torcida de que en el deporte se aplicaban igualmente las reglas que en México se usan en la política. Sólo que en Alemania sí lo descalificaron en lugar de aplaudirle la astucia, qué le vamos a hacer, así son los alemanes de “estrechos”, por algo son también una potencia mundial.

La diferencia pues entre un servidor público y un vividor está, entre otras cosas, en los medios de que se vale para subir de un cargo a otro, con la añadidura de que un vividor jamás dará provecho alguno a la sociedad y sí la meterá en serios problemas si atendemos al tipo de padrinos, mafias o poderes que lo subieron en su elevador.

No hace falta señalar que el costo a pagar por el uso de “elevadores” asciende en función del piso al que se quiera llegar, ni olvidar que el presidente Juárez ya andaba vendiendo medio México a cambio de un elevador norteamericano que finalmente le dio el triunfo; son pésimos ejemplos, pero no dejan de enseñar.

armando.gon@univa.mx

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