Ideas

Erizos y zorros

Cuatro casos están en la atención pública estos días: las desapariciones de jóvenes en Jalisco conjugan impunidad y miedo; Donald Trump se enfrenta finalmente a la justicia; la Suprema Corte en México resuelve sobre el futuro del INAI; mientras en España un directivo del Fútbol es separado de su cargo por besar sin consentimiento a una jugadora. Las historias sirven para mostrarnos la importancia del respeto al consenso de lo correcto que detona un reclamo que llega a la indignación, y por otra parte, la evidente tentación de la dispersión zorruna que pretende distraernos para hacernos mirar hacia otra parte.

Isaiah Berlin, el famoso filósofo de la libertad, clasificó a los hombres en erizos y zorros, basándose en el proverbio atribuido al poeta griego Arquíloco: “Mientras que el zorro sabe de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa”, planteando así la contradicción entre la concentración y la dispersión. La analogía es útil para describir a aquellos convencidos del imperio de estos valores y quienes consideran que las circunstancias políticas pueden imperar y dejar de lado lo correcto para convertir la dura realidad en espectáculo.

Lo correcto existe a pesar de que las leyes no se apliquen adecuadamente, es un valor exigido por la sociedad a las instituciones: Justicia para las víctimas de los desaparecidos no es un eslogan, sino un reclamo legítimo basado en estos principios; igual sucede con la exigencia respecto al mal realizado por Trump en aquel 6 de enero, y cómo el reclamo para que el Inai funcione en beneficio de las personas; y por supuesto, ante el clamor levantado por la conducta indebida del directivo del futbol transmitida internacionalmente. En cada caso hay una dosis de indignación, una sensación del deber de hacer justicia que irrita a la sociedad.

Ronald Dworkin, el reconocido jurista estadounidense fallecido en 2013, fue un erizo dedicado a defender la incorporación de los valores en la administración de la justicia. Con razón sostenía que la legitimidad política depende de la aplicación de estos principios de igual consideración; y de respeto al derecho de la persona a decidir libremente cómo hacer su vida valiosa. Para ello, las leyes deben interpretarse en el mejor sentido para encontrar una respuesta correcta que satisfaga no solamente la formalidad de la ley sino el reclamo general.

Pero vivimos expuestos al criterio de muchos zorros que piensan que la ley es como una masa amorfa que debe adaptarse dócilmente a la voluntad del poder, que se convierte en equivalente de lo correcto por decreto, ignorando que el derecho no es un mero instrumento de la política, sino el marco en el cual debe desenvolverse. Es el límite necesario del poder ante la dignidad personal. Porque como decía Aristóteles: “es mejor que gobierne la ley a cualquiera de los hombres” aunque se trate del mejor de todos.

Mención especial merece la discusión respecto a la profunda crisis de violaciones a los derechos más esenciales que se presentan en los casos de desaparición de personas, homicidios sin justicia y otras atrocidades que se han convertido tristemente en parte de nuestra narrativa cotidiana. Ante esta realidad, es necesario hacer un alegato en favor de esos principios que deben ser aplicados y respetados por todos. Pretender encontrar soluciones de facto con rostro político equivale a considerar que la injusticia es inevitable, o que las circunstancias responden a un destino manifiesto. Cuando los mecanismos técnicos se usan para evitar el estudio de estos temas en los tribunales, o se alegan razones políticas, provocan la enfermedad de la desconfianza que debilita las instituciones. En la medida que tengamos mayor certeza de la aplicación de estos principios, más fuerte será la nación y más legítima será la solución de sus problemas. Es tiempo de concentrarnos como erizos en los valores de lo justo evitando la distracción superficial que nos hunde mediante la distracción.

luisernestosalomon@gmail.com
 

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