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“Eréndira” y el teatro profesional

Lo primero que uno le pide al teatro profesional es calidad técnica: en ese rubro, el amateurismo sobresale de inmediato. Pero no es lo mismo que la falta de experiencia: el amateur es impune en cuanto a su dominio de los recursos, no reflexiona sobre lo que le falta por aprender y, por tanto, no progresa; no sabe pararse en el ring y se cansa al primer round. El profesional con poca experiencia aguantará 12 asaltos, pero no ganará peleas hasta conocer algunos trucos y entenderse con su esquina; se le notarán la buena voluntad, la intensidad y la avidez, pero también la imprudencia, la tosquedad y los errores.

Cuando Faylet Guzmán, en “Eréndira”, va de un lado a otro del escenario haciendo a personajes diferentes, para presentar en segundos y uno tras de otro a un galán, una amiga fiestera, un barman medio patán o una mexicana tímida, el espectador nota que ella es consciente de cada decisión: que construyó y ensayó sus pasos con cuidado, con (mucho) cariño y buen humor. No usa más que su cuerpo y su voz, en un escenario casi sin objetos, y consigue darle cierto orden a lo que una actriz amateur convertiría en un rosario de ocurrencias. Sabe qué está haciendo, y seguramente lo hará mejor con cada función.

Pero, sin desdoro de la actriz, el espectador se pierde en las pequeñas fallas: porque tal personaje habla demasiado rápido, porque el tiple de esa colombiana se confunde con el de aquel español, porque la convención se cumple pero falta precisión para completar el cuadro.

En “Eréndira”, Guzmán presenta la historia de una joven normalista michoacana que, harta de la inseguridad en México, frustrada por no ser la mejor versión de sí misma, decide volar a otros rumbos. Sin el glamour de Instagram de un mochilero, impulsada por una candidez algo inverosímil, se lanza a una aventura en España que la rebasa y desafía su ética personal.

Donde más se disfruta el espectáculo es en el esfuerzo de la actriz y dos músicos por darle identidad a la protagonista, pequeña mujer de pueblo que ha de crecer en la hostil gran ciudad. Donde más desmerece es en los lugares comunes de la historia y en la innecesaria iluminación, que pone luces de colores hasta para hablar por teléfono.

Pero, si lo más importante de “Eréndira” es que Guzmán consiga presentarnos a su personaje como un individuo singular, entonces el montaje lo logra, aunque el conjunto no llegue a ser eficiente. El público verá a una actriz en el camino, bien parada en el ring de un lenguaje complejo y exigente. En trabajos como éste, el profesionalismo se nota en lo mucho que tiene para construir (en otros, en lo irreparable de su factura).

“Eréndira” aguanta los 12 rounds. No cualquiera; varios montajes que hemos visto en Guadalajara (y amenazan con volver) ya se “bofearon” aun antes de la tercera llamada. Una licenciatura, dos o tres talleres o un currículum de obras bienintencionadas no convierten a nadie en profesional del teatro. Los responsables de “Eréndira” prometen buenas peleas para cada vez que se suban al ring.

Dos últimas funciones: viernes y sábado, 20:00 horas, en el bonito El Venero de Reforma 508A, casi esquina con González Ortega, al lado de la Preparatoria Jalisco.

agoragdl.com.mx/ ivangonzalezvega@gmail.com

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