Ideas

Entre lo urgente y lo importante

Las urgencias del día a día están privándonos de lo fundamental. La persecución del éxito hace parecer insubstancial que le dediquemos tiempo a la convivencia. El crecimiento de la ciudad dificulta los encuentros familiares, los hijos se alejan de sus padres y los abuelos de sus nietos: estamos perdiendo la afectividad. Nos engañamos creyendo que los celulares llenan el vacío intergeneracional; nada substituye un abrazo, una caricia, un “te quiero” o un beso. Sí, he decidido aprovechar este espacio para invitarlos a pensar en la enorme cantidad de cosas valiosas a las que les restamos importancia y recordarles que la vida es breve y que los afectos, si no se cultivan, se marchitan.

Hoy no estoy dispuesto a que los acontecimientos cotidianos me marquen el tema de la columna. Tampoco deseo escribir de “política o cosas peores” -como decía mi finado amigo, Héctor Morquecho-, menos aún de las cosas desagradables que nos ha tocado vivir. Hoy tengo ganas de escribir sobre cosas serias, sobre lo trascendente. Escribir, por ejemplo, de que el cielo es hermoso y de que el verano ha cedido su espacio al otoño; los celajes mutan y nos sorprenden sus encantadores amaneceres y puestas de sol; los árboles comienzan a desprenderse de su follaje y el dorado de sus hojas anuncia la cosecha con la que, año tras año, la naturaleza nos bendice. Observo con gratitud que las lluvias se alejan, dejando su fértil herencia y espero, con ilusión, la luna más hermosa del año.

Sí, hoy tengo ganas de escribir sobre lo verdaderamente importante, como tomar un café con los amigos, visitar a los enfermos, leer un buen libro o escuchar nuestra música preferida. Quiero evocar el recuerdo de quienes siguen con nosotros, aunque ya no estén físicamente. Espero, con alegría, reunirme con los compañeros de la Escuela Normal o con los ex discípulos de la Facultad de Derecho para platicar, reírnos de los chistes que repetimos desde hace algunas décadas y abrazarnos en un pasado que no se va porque es el ancla que une nuestros afectos. Me enternece recordar los amores iniciales y los amores tardíos, esos que se aferran como el moribundo a la vida: “Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo”, diría Renato Leduc.

Con nuestras manos entrelazadas y hablando solo con la mirada, llenemos nuestros pulmones de esperanza, sintamos el aire que nos acaricia, recordándonos que aquí estamos. Valdría la pena echarse una caminadita por las calles de la ciudad amada, visitar y disfrutar de los soliloquios a los que invita la soledad de un templo. Tómese un tequila en La Fuente, admire las flores -rosas, grandes duques, girasoles, orquídeas, magnolias, claveles, gardenias, azaleas- y sus colores, aspire su aroma. Escuche los trinos de las aves, cultive las plantas como lo hacían nuestras madres. Hagámonos tiempo para sentarnos tranquilamente con los jóvenes a compartir la charla. No perdamos la ocasión de amar y ser amados. ¡Esas son las cosas importantes de la vida!

Eugenio Ruiz Orozco

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