Entre las empanadas, vino y tacos
La gastronomía y la vida política está destinada cruzarse en un país que cuenta con una de las cocinas más reconocidas del mundo. Efectivamente, en los recorridos que los políticos hacen dejan testimonios de la conexión con los sabores. Las campañas en México tienen aroma a carnitas, tacos y están salpicadas de panes, tamales y todo tipo de platillos típicos de las regiones. Saben a maíz, chiles, tomates y frijoles mezclados siempre ingeniosamente con elementos de cerdo, res o pollo. A miles de kilómetros de aquí, hace más de 50 años, Salvador Allende dijo que la revolución en Chile tendría sabor a empanadas y vino tinto, en referencia al objetivo de terminar con el hambre de los más humildes y a los sabores añorados en aquellas tierras. Aquí, y allá, se ha avanzado mucho en ese camino y ahora estos recorridos encuentran sabores más sofisticados, aunque al final el comer es una de las acciones que más nos igualan. El acto de compartir la mesa es en algún sentido democrático. Por aquí Marcelo acaba de terminar un recorrido por el país mostrándose activo en ese acto de compartir la mesa mexicana. Y mañana seguramente en Santiago de Chile habrá empanadas y vino tiento al lado de la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Salvador Allende. Aquel médico vuelto presidente luego de varios intentos por la vía electoral ofrendó su vida a la lucha por la democracia.
Allá y aquí la ruta ha sido ardua, con una tensión permanente contra la imposición de los intereses personales a las cuestiones públicas. En México hemos recorrido entre sabores de tacos y tlayudas estas décadas en un estrés cíclico y amenazante de las jóvenes estructuras democráticas. La muerte de Salvador Allende marcó a las jóvenes generaciones de entonces, dejando un halo de esperanza y amargura al mismo tiempo. Se detuvo aquella ilusión de empanadas y vino para todos, para dar paso a una dictadura militar que los concentró en unos pocos. Mientras acá se debatía sobre una apertura, sobre la legalización de los partidos proscritos y sobre el sueño de la democracia. Cinco décadas después nos hemos hecho con una Constitución que consagra la democracia, un sistema de protección más efectivo de los derechos individuales y colectivos así como con una práctica democrática regular mediante elecciones. Y cómo no, con miles y miles de reuniones sentados a la mesa compartiendo los mismos platillos ante un fantasma antidemocrático que persiste: hemos pasado del robo descarado, aunque festivo, de las urnas a la manipulación cibernética y al control de la comunicación masiva. Algunos tratan de imponer símiles de aquel Ministerio de la Verdad del que hablaba George Orwell. Eso sí, siempre animados para comer juntos.
Lejos estamos aún de contar con prácticas realmente democráticas en las instituciones intermedias como los partidos políticos, los sindicatos y muchas organizaciones que utilizan recursos públicos como las universidades, en donde vemos muestras burdas de simulaciones democráticas. Recién hemos sido testigos de lo sucedido a Marcelo Ebrard, que pone en evidencia el verdadero talante de quienes deciden en ese ámbito. Los sabores de sus recorridos se tornaron amargos ante la realidad impuesta por ese fantasma. Habrá que ver las repercusiones políticas de este hecho que seguramente seguirá como una señal de que la lucha por los derechos democráticos es permanente y que la sombra del autoritarismo recorre las instituciones.
Y hablando de fantasmas, hay que agregar otro que habita en muchas regiones en las que ha impuesto su ley detrás de un manto sangriento que cubre de miedo a luchas comunidades. Es otra amenaza real que controla a instituciones públicas, como ha quedado de manifiesto con los mensajes revelados por el diario The New York Times, la semana anterior, sobre lo sucedido en el Estado de Guerrero con el crimen de los 43 normalistas.
Ante estas amenazas resultan frescas y oportunas las últimas palabras pronunciadas aquel 11 de septiembre en el palacio de la Moneda en Santiago de Chile, por Salvador Allende en una estación de radio que fue acallada con metralla:
“Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. “Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Si Marcelo y Salvador Allende se hubieran conocido, seguramente hubieran compartido las empanadas con los tacos y el vino con el tequila, porque al fin de cuentas el objetivo social era el mismo. Cincuenta años después están pendientes las grandes alamedas.
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