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Entre la fortaleza y el dolor

¿Qué diferencia hay entre un superhéroe y un atleta olímpico? Yo pienso que diferencias hay muy pocas; las coincidencias son más y todos podemos agregar algún valor a la lista, pero más allá de la destreza física, sin duda la determinación y el compromiso son las principales. 

En unos Juegos Olímpicos las medallas se entregan todos los días, a diario y varias veces en una misma jornada escuchamos entonar los himnos internacionales y vemos izar las banderas, pero pocas, muy pocas veces vemos y escuchamos los nuestros en una ceremonia. Este año la determinación militar del equipo femenil de tiro con arco trajo la gloria del primer metal para el país: la teniente Alejandra Valencia, la soldado Ana Paula Vázquez y Ángela Ruiz lo hicieron posible. Un bronce que sabe a oro al ser el primero ganado para un equipo de mujeres. Las felicitaciones no se hicieron esperar y no era para menos. Afortunadamente, de la disciplina y determinación militar veremos más en los siguientes días, ya que en la delegación mexicana suman 46 deportistas en total. Alejandra Valencia es la segunda vez que sube a un podio olímpico luego de su participación en Tokio hace tres años, también con un bronce en equipos mixtos.

Es increíble cómo podemos pasar de una emoción a otra sin siquiera advertirlo. Mientras el júbilo llegó con las arqueras mexicanas, el equipo de gimnastas aztecas estuvo en la frontera entre la fortaleza y el dolor. Cuando llegó el turno de la participación de las gimnastas, la dificultad y la técnica quedaron en segundo plano cuando lo que destacó fueron las lesiones que las atletas llevaron consigo a la competencia.

Saberse en una condición de desventaja podría haber sido suficiente para decidir no participar, pero no. Natalia Escalera dio una lección que pocos podrían ignorar. Fue de conocimiento público que la gimnasta tenía una lesión importante: rotura parcial del tendón del plantar, lo que le impedía apoyar el pie y por lo tanto sólo participar en el aparato de barras asimétricas. Su desempeño fue destacado pese a todo. Lejos, muy lejos de poder clasificar; lejos, muy lejos también de encontrarse en óptimas condiciones para poder medirla con la misma regla que al resto de las gimnastas. Aun así, Natalia se ganó no sólo los aplausos, también la admiración del público que la vio y que encontró en ella el ejemplo de seguir hasta la última consecuencia un sueño al que le ha invertido años de trabajo, pero sobre todo, porque eligió no claudicar y demostrarse de lo que era capaz. Después trascendió que así como ella, la gimnasta Alexa Moreno -quien se sobrepuso a una caída en la viga de equilibrio- también compitió con una lesión en el cartílago de la rodilla. 

Casos como los de las gimnastas podemos contar por docenas y hasta por cientos -la mayoría en la preparación rumbo a la justa olímpica-, pero estar ahí y priorizar la esperanza, la fortaleza y el amor a tu país sobre el dolor físico no cualquiera lo haría y es respetable.

Ahora está de regreso y brillando como pocas, pero todos recordamos la lección de vida que la gimnasta estadounidense Simone Biles le dejó al mundo en la edición anterior de los Juegos Olímpicos, cuando dio un paso lateral y en lugar de la gloria y el oro que tenía asegurados prefirió trabajar en sí misma y en su salud mental. Como ella surgieron otros más y pusieron bajo el reflector un problema al que no se le prestaba atención incluso saliendo de una pandemia. En aquel entonces, la lesión de Biles era muy distinta de la de Escalera. No hubo analgésico que pudiera con ella y sólo después de tomar una decisión que afectaría su participación y la de su equipo dejó claro que nada es más importante que el equilibrio personal. Lecciones como esa es la que dejan no sólo los atletas, sino los superhéroes y las superheroínas reales que vencen al dolor y al miedo para encontrar la gloria.

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