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Entre brujas y muertos

Históricamente las celebraciones del Halloween y del Día de Muertos estuvieron relativamente relacionadas por un vínculo hoy día olvidado: el Día de todos los Santos, que en la comunidad cristiana se celebra desde la alta Edad Media.

Por aquellos lejanos siglos, la jornada iba del 31 de octubre al 2 de noviembre, pero tenía particulares acentos según la región europea de que se tratara, en el norte prevalecía el binomio brujos-santos, mientras que en los países latinos dominaba el binomio santos-fieles difuntos, acaso porque las sociedades nórdicas han sido más fantasiosas, y las latinas, más racionalistas.

La noche de brujas y brujos era un apelo a las antiguas costumbres de los pueblos del norte de Europa que habían pasado de un universo religioso predominantemente mágico, a una religión cristiana predominantemente racional, un paso cuya lucha se perpetuaba en el ritual de la noche de brujas, un ritual en que el mundo mágico del pasado tenía su última oportunidad en la víspera de la victoria de todos los santos, símbolo de la luz, del día, de la claridad frente a la obscuridad y el ocultismo de los bosques espesos donde se tenían los aquelarres.

En el mundo mediterráneo, de mayor antigüedad cristiana, el primero de noviembre se daba culto a todos aquellos cristianos que habían vencido al mal en el duro combate de la vida, para luego pasar, el día 2, a orar y encender cirios por las almas de los difuntos de los cuales no se sabía si gozaban ya del cielo o permanecían en el purgatorio, era también el día de ir a los panteones a limpiar y adornar los sepulcros en un acto de la memoria, de la gratitud hacia los antepasados, que había sustituido los antiguos banquetes funerarios de la sociedad pagana grecorromana.

En el territorio que actualmente ocupa la República Mexicana se daba igualmente una división cultural muy significativa en lo que mira a los difuntos, con exclusión por completo de una “noche de brujas”: de la marca de Michoacán hacia el sur, la tradición era volver a traer a los muertos, por medio de ofrendas y golosinas, iluminando con luces el camino de retorno; de dicha marca hacia el norte, la tradición era hacer lo posible para que no volvieran bajo ningún concepto.

Luego de la invasión europea se fue cristianizando el ritual de los pueblos del sur, mientras que en las regiones del norte simplemente se estableció la costumbre de alegrarse por los santos el día primero, y orar por los difuntos el día 2, con la anotación cultural, de que el día primero era dedicado también a recordar a quienes habían muerto en la infancia.

A causa del nacionalismo centralista, ideológico y cultural que seguimos padeciendo, hoy se ha impuesto a todo el país la celebración del Día de Muertos, según los rituales y usos del sur, dizque para contrarrestar el Halloween, aunque en la realidad no se haya logrado dicho objetivo y sí uniformar a todos, oficialmente, en la elaboración de altares de muertos, algo que en nuestra latitud jamás se hacía, pero que por otro lado, es apoyado por el comercio, esa divinidad que todo mundo adora. Por cierto, las “catrinas” no tiene nada qué ver con los usos del sur, pero sí con el Día de los Fieles Difuntos del norte.

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