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Enrique Alfaro tiene razón…

Cuando el gobernador saliente, Enrique Alfaro, asegura que no se vale desacreditar desde la comodidad de un escritorio el trabajo de miles de servidores públicos que se rompen la espalda (o la madre) en las calles, no miente. La razón le asiste por completo y, de hecho, esos miles de servidores públicos no sólo merecen un reconocimiento de pie, sino mejores ingresos y prestaciones dignas de su honorable desempeño.

El gobernador tampoco miente cuando truena contra todos quienes han criticado las batallas -que no su batalla- contra la inseguridad. Que la incidencia en delitos reduzca porcentualmente claro que es una buena noticia y debe alegrarnos como ciudadanos de un Estado al que la historia ha colocado como sede del cartel más poderoso actualmente en un país teñido en rojo.

Que se presuman menos secuestros y homicidios; que las noches sin dormir y las madrugadas de noticias difíciles a las que se les hizo frente sean la portada que él desea como rúbrica de su último informe de seguridad, se vale. Y se vale porque, definitivamente, estos últimos seis años fueron muy complicados para la principal agenda del Estado: que tu gente se sienta segura en sus barrios, en sus calles, en sus ciudades.

Así que usar la pluma y el micrófono para que las acciones de la delincuencia luzcan por encima de lo que hacen quienes, literalmente, ponen en juego su vida para dar seguridad a Jalisco, es una práctica arraigada en los medios de comunicación que debe cambiar. Pero, así como las monedas tienen sus dos lados, la discusión respecto a lo que decidió el alfarismo para derrotar a los malos, a quienes sí quieren que le vaya mal a Jalisco, también.

Uno de los contraargumentos para dar su justa dimensión al problema es reconocerlo. Llamar a las cosas por su nombre y dejar de compararnos con los Estados que se encuentran peor que nosotros es la primera de las tareas para que, ahora sí, se cumpla con la premisa de hablar de frente y claro. Porque ni en Jalisco ni en ninguna parte del mundo se debe aprender a vivir con la idea de que se cometen siete asesinatos de manera sostenida cada 24 horas.

También valdría la pena dejar en el olvido la horrible estrategia de comunicación que insiste en convertir en cifras las historias de vida que terminaron en tragedia. Nadie que haya vivido de cerca el impacto de la desaparición o el asesinato de un familiar va a sentirse mejor porque estamos por debajo de la media nacional en la tasa de delitos por cada 100 mil habitantes. Salvo en quienes invitaste a tu informe para que te aplaudan cada que haces pausa, ese dato es completamente irrelevante.

Por supuesto que lo que no se mide no puede mejorarse, pero cuando hablas de personas que murieron en circunstancias violentas y exhibes como logro de Gobierno que ahora hay menos que en el pasado, ¿cómo crees que tomarán ese dato los familiares y amigos de los hermanos González Moreno? ¿Qué crees que pensarán los cercanos a los 11 trabajadores acribillados en la Colonia La Jauja? ¿En quienes conocían a Vanesa Gaytán y a Aristóteles Sandoval?

Ciertamente, los enemigos no están detrás de un escritorio con plumas o micrófonos críticos. Los que realmente lastiman a la Entidad tienen un armamento que, demostrado está, puede hacer frente a las Fuerzas Armadas Mexicanas.

En su informe de despedida, Enrique Alfaro presumió que este sexenio inició el camino para recuperar la paz y la tranquilidad de Jalisco. La titánica labor que hereda a Pablo Lemus es convencer a sus ciudadanos de que eso no sólo ocurrió, sino que el combate se va a notar y, si se puede (porque se puede), dejar de insultar la memoria de quienes ya no están, aduciendo que ellos ya no son tantos en la lista de víctimas que ha cobrado una estrategia que no funcionó y que, escritorios, plumas y micrófonos aparte, es el principal clamor del pueblo al cual jurará proteger a principios del mes que entra.

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