Enrique Alfaro: más ciudadano que gobernador
El ciudadano Alfaro puede entablar pleito directo con quien guste: políticos, jefes de la delincuencia organizada, empresarios, vecinos ruidosos, periodistas y hasta futbolistas que venzan al equipo cuyas letras laten en su pecho.
Pero desde el 6 de diciembre de 2018, el ciudadano Alfaro es también gobernador.
Cuando rindió protesta como jefe del Ejecutivo estatal, Enrique Alfaro adquirió decenas de obligaciones y deberes que legalmente lo facultan como el representante de los jaliscienses a escala global. Y aunque su arrebatado temperamento es parte de su condición de ser humano, el pleito directo no está en el deber ser de un gobernante.
No, al menos, en la Constitución que el mismo ciudadano Alfaro protestó guardar y hacer guardar.
Por eso resulta escandalosa su animadversión a la crítica. Por eso es escandaloso que un gobernante pierda los estribos ante una pregunta incómoda pero que debe hacerse.
Por eso escandaliza su reacción visceral ante una protesta legítima para exigir transparencia en el uso de una deuda pública que prometió no contraer o, como ocurrió esta semana, ante la presencia de un colectivo que simplemente no debería existir: el de madres y familiares de desaparecidos que han tomado en sus manos la búsqueda de cuerpos en fosas clandestinas de Jalisco.
Cuando Alfaro muestra su explosividad, muestra también el rostro de Jalisco ante el mundo. Y eso, en una Entidad que atraviesa por un serio problema de desapariciones y una crisis forense que no puede ocultarse, es mucho más que delicado.
El episodio más reciente, en el que aseguró que las buscadoras de desaparecidos de Sonora traen “otro tipo de agendas que no conocemos”, quizás no será el último, pero sin duda será uno de los más desafortunados que marcarán la carrera del gobernador Alfaro.
Aunque un día después trató de enmendar la plana y se disculpó con ellas, revertir el daño ante la opinión pública ya era imposible. El único sector contra el cual ninguna persona, mucho menos un gobernante, podría mostrar un atisbo de antipatía, recelo o sospecha alguna, es sin duda uno que nació a partir del horror de las desapariciones que azotan al país.
Para insistir en el punto: el ciudadano Alfaro puede soltar la lengua contra quien deseé. Su condición de ser humano y una Constitución que permite la libertad de expresión se lo permiten. El tema es que el ciudadano Alfaro no es un ciudadano común; es la cara de Jalisco ante el mundo y esa faceta lo va a acompañar hasta el último día de su mandato.
Y mientras el rostro de Jalisco ante el mundo esté enmarcado por el enojo, una mínima tolerancia a la crítica y descalificativos hacia sectores que tratan de ayudar en donde el Estado ha sido rebasado, muy poco podemos esperar de una verdadera recomposición social… o de que la prometida refundación realmente entre por la puerta grande de Jalisco.
GC