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En un mundo ideal, las mujeres…

“Ser parte o presenciar un exabrupto colectivo es quizá alguna de las vivencias más poderosas de las que he participado. Ya sea durante el unísono coro que repite a todo pulmón la misma canción en un concierto, en un estadio al oír “gol” con ese fervor inequívoco que lo caracteriza o en una marcha que visibiliza una particular vivencia. El miércoles 8 de marzo, durante la marcha en protesta que se celebró en esta ciudad, fui testigo una vez más de la herida viva que todavía vivimos las mujeres en esta sociedad. Los cánticos que reclaman la lucha común son repetidos año con año por un mar de mujeres llenas de indignación que han sido violentadas en distintos niveles por un sistema en el que se sigue privilegiando y protegiendo a la figura masculina.

Los rostros de algunas iban pintados de morado y verde esperanza, los pañuelos de otras colocados en el cuello y en sus pequeños y cómodos bolsos, las miradas de todas se cruzaban con un bellísimo color de camaradería y sororidad, las pancartas de miles iban llenando el cielo con sus letras cargadas de dolor. Y sí, es obvio que el coraje y la furia de ese exabrupto colectivo tiene un propósito clarísimo, el de visibilizar, seguir comunicando por todos los medios y formas posibles que el camino al feminicidio es uno, y que si bien muchas “la cuentan”, muy pocas de nosotras libramos el empedrado de la violencia de género.

Dentro del “violentómetro” que han emitido algunas autoridades, en el que van dejando clara la ruta macabra del violentador, según me entero por amigas, conocidas y el día de la marcha, muchas más desconocidas que más de una ha sido víctima de manipulación, control, intimidación y han sido amedrentadas tanto en público como en privado. Algunas de otras han sido encerradas y luego humilladas bajo la protección de cómplices silenciosos que temen ser evidenciados porque, como dice el dicho, tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata.

En un mundo ideal, la construcción del feminismo no solo tocaría hacerlo a las mujeres, víctimas o no, de un sistema patriarcal que, por supuesto, ha hecho mucho daño a ambos géneros. Aún hoy, los estragos de este sistema han convertido en pugna y en algo personal a la lucha por la equidad de oportunidades y trato que tanto reclamamos las de mi género.

Por fortuna y desgracia, no solo sucede en Jalisco, pero lo que aquí nos toca vivir es muy particular. Hombres con olor a colonia y estudios finísimos siguen actuando como los más recalcitrantes machos de antaño y, con una mano “apoyan” y se condecoran legitimándose en lo profesional con mujeres a su lado, y con la otra y en lo oscurito, amedrentan y violentan desde el control y la manipulación. El miedo, poco a poco, como leí en tantos muros el pasado miércoles, va cambiando de lado y sin que me parezca una apuesta común dentro del movimiento feminista, pienso que ese empoderamiento del que se habla es más un compromiso con la seguridad tanto física como psicológica de la integridad de una mujer, de todas las mujeres.

En un mundo ideal, a las mujeres se les podría felicitar por ser mujer ese día, se debería dar por sentado que son dueñas y señoras de sus cuerpos, se podría ensalzar a la que es madre y del mismo modo a la que no decidió serlo; no se cuestionaría un jefe en pagar exactamente el mismo salario o se lamentaría el patrón de que haya quedado embarazada su empleada. En un mundo ideal, no se habrían tenido que encostalar a los monumentos ni a las esculturas de Timo que por un momento pensé que de tanto reflexionar públicamente de ellas ya las estaban alistando para llevárselas a la bodega.

En un mundo ideal, nadie debería esconderse ante la discusión pública y privada de lo que históricamente ha sido el papel de una mujer en cualquier sociedad. En un mundo ideal, ese exabrupto colectivo no sería cantado cada 8 de marzo por nosotras, las llamadas con tirria, feminazis.

argeliagf@informador.com.mx• @argelinapanyvina

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