En la dinámica del perdón
En el ir y venir de nuestra vida, nos encontramos inmersos en un aluvión de contradicciones que a menudo amenazan con desintegrar hasta la más honda raíz de nuestra vida.
En los momentos más arduos, miramos en torno y nos damos cuenta de que sólo una gracia especial que nos llega desde un estrato superior puede hacernos llegar a comprender que hay otros niveles en los cuales es posible encontrar paz y felicidad.
Me refiero concretamente al misterio del perdón, el cual no es la primera vez que invito a reflexionar, ya que en repetidas ocasiones tocamos este tema, y vuelvo a él, porque en realidad que nunca está sobrando, siempre haciendo falta y, no obstante, a menudo lo echamos en saco roto.
Aquella sabia frase que una vez escuché y que a menudo he repetido, no ha perdido su candente actualidad:
Perdona y olvida,
lo primero te hace bien para el alma,
lo segundo te hace bien para el hígado.
Y lo más importante, es que precisamente aquí se encuentra un camino abierto hacia la libertad.
Por eso es esperanzador recordar también aquello de que:
“la naturaleza nunca perdona,
los humanos a veces perdonan,
pero Dios siempre perdona...”
Podemos hoy hacer un alto en nuestro agitado ir y venir cotidiano buscando un momento para encontrarnos con Jesús misericordioso que nos introduce de lleno en el misterio más importante que el Dios Padre quiere revelarnos:
El perdón es prerrogativa de Dios, pero concede a los seres humanos el privilegio de aprender a perdonar como perdona Dios.
Así hoy que tenemos la oportunidad de reflexionar en estas cosas, podemos gozarnos y gloriarnos de poder asemejarnos un poco al Dios de la vida, porque de Él procede todo el perdón, la reconciliación y por lo tanto, la Salvación.
Por otra parte, el ser humano es propicio a dejar crecer en el corazón las malas hierbas del rencor, el odio y la venganza, y la lucha no es precisamente fácil.
Si algún día lográramos entender que sólo el amor y el perdón son la única forma de acabar la injusticia, las desavenencias, los odios, los rencores y hasta las guerras… estaríamos construyendo un mundo nuevo...
La mejor venganza
Ahora te diré un secreto: La mejor venganza es “ignorar la ofensa”, si es que la ha habido, ya que a veces andamos pretendiendo que nos pidan perdón de cosas que ni siquiera nos atañen.
Que me pida perdón y le perdono.
Eso: que se humille delante de mí, y si es posible de rodillas… pero esto humilla al que lo pide, en cambio, el que percibe que la agresión que hizo o que supuestamente cometió, ni siquiera tuvo el privilegio de ser anotada, eso -te lo digo- duele más.
Los rencores, las rencillas, los odios, las guerras, todo lo que divide, sólo se pueden acabar con el amor y el perdón.
Pero recordemos que el privilegio que Dios regala incluye un compromiso para cada uno. Por eso nos invita a decir:
“Perdóname, de la misma forma que yo perdono…”
Y en resumidas cuentas:
¿Hay quien no tenga necesidad de ser perdonado alguna vez de algo?