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En la cuerda floja

Si ponemos un mapa de la América del Sur bajo nuestros ojos, es evidente que en los últimos años las fuerzas de izquierda han cosechado considerables triunfos. En el gigante brasileño, además de las barbaridades que comete el propio Jair Bolsonaro y las que le atribuye la prensa extranjera, que lo odia, los jueces han soltado a Luiz Inácio Lula da Silva y el Partido dos Trabalhadores está bien encaminado para la próxima elección. Si pudieran votar los extranjeros, Lula, su niño mimado, barrería. Los brasileños son más cautos: recuerdan sobre todo que pesan varias condenas sobre él, por aprovecharse del poder y por corrupción. La candidatura del juez Sergio Moro a la presidencia de la república -el hombre que mandó a la cárcel al mayor número de empresarios, funcionarios y delincuentes en la historia del Brasil en la operación Lava Jato- se ha ido desinflando y ahora parece paralizada, acaso abolida.

En Argentina, el dúo Alberto Fernández/Cristina Kirchner se lleva cada día peor y la ruptura está en el aire; pero ambos son menos insensatos de lo que se piensa y probablemente mantendrán una aparente convivencia para conservar el poder. No les sirve de mucho, a juzgar por la situación catastrófica de la nación. Chile no anda mucho mejor y todo en este país, que parecía haber hecho sus deberes y crecido hasta distanciarse del resto de América Latina y alcanzar niveles europeos, ahora es un absoluto caos. El Partido Comunista, que se había encogido hasta ser casi marginal, es ahora el primer partido político del país, conducido por aguerridos jóvenes de ambos sexos que sueñan con una nación uniformada, de economía estatizada, que arruinaría una sociedad que, parecía, iba a ser la primera en América Latina en acabar con el subdesarrollo. ¿Pero quién se acuerda ahora de ello? El Partido Comunista y los revolucionarios y anarquistas del Frente Amplio, y sus jóvenes furibundos, parecen tener el futuro inmediato conquistado, y, para colmo de males, la derecha -la ultraderecha que es, además, ultracatólica- parece confinada en el barrio pituco de Las Condes. ¿Cómo van a hacer las 150 personas elegidas -tal vez sean más- para redactar la nueva Constitución? Jalándose los pelos, por supuesto. El país que creíamos en la vanguardia ha pasado a la retaguardia de América Latina entre las devastaciones de las que basta una cifra para medir la catástrofe: en menos de media hora los rebeldes quemaron y destruyeron ocho estaciones del metro más moderno y costoso de América Latina.

En Bolivia, las fuerzas de Evo Morales han vuelto al poder y éste tiene ahora un candidato al cual promociona y llama “hermano” y “cholito” en todos sus discursos. Pero no es boliviano sino peruano: Pedro Castillo, que se disputa la segunda vuelta con Keiko Fujimori en las elecciones peruanas que se decidirán hoy domingo. Colombia, como se ve en los periódicos, arde por todas partes y el presidente Iván Duque es atacado incluso por su propio partido y su maestro, el expresidente Álvaro Uribe, lo acusa de ser débil y no recurrir más al Ejército para aplacar a los violentos que, guiados por la mano venezolana, quieren arrebatarle el poder. El solitario Ecuador, con otro solitario, Uruguay, países donde los votantes han sido más sensatos que el resto de los sudamericanos, son las escasas excepciones democráticas en un subcontinente que parece empeñado en resucitar el marxismo-leninismo que los europeos y asiáticos se han encargado de enterrar.

El caso del Perú, país que tiene fronteras con cinco países sudamericanos, y es un blanco favorito en lo inmediato para el eje cubano, venezolano, boliviano y nicaragüense, se dirimirá hoy domingo, entre el candidato de esa cuadriga, Pedro Castillo y Keiko Fujimori, los dos finalistas de la primera vuelta electoral. Ésta última ha ido reduciendo la distancia que tenía con el ganador, de más de seis puntos, y aquel descendiendo suavemente hasta alcanzar ambos, según las últimas encuestas, un empate técnico. Gane quien gane tendrá muchos problemas con un parlamento muy dividido, en el que será difícil, para cualquier gobierno, obtener esa mayoría indispensable que se necesita para aprobar las leyes.

Pero, a diferencia de otras, esta elección en el Perú va a significar no un cambio de personas en el poder, como hasta ahora, sino un cambio de sistema. Si Pedro Castillo gana la elección, el marxismo-leninismo-mariateguismo (así lo definen sus huestes) llegará al poder oleado y sacramentado con los votos de los peruanos, y, como han dicho con claridad los dirigentes del partido Perú Libre que presentó a este candidato, el de Vladimir Cerrón, no piensan dejar el poder, a la manera de todos los regímenes comunistas que existieron en el pasado en el planeta y de los que son ejemplos sobrevivientes Cuba, Venezuela y la Nicaragua del comandante Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. ¿Eso quieren los peruanos? ¿Un país devastado por la censura, la incompetencia económica, sin empresas privadas ni inversiones extranjeras, empobrecido por burócratas desinformados y serviles, y una policía política que ahoga a diario fantásticas conspiraciones creando una dictadura más feroz y sanguinaria que todas las que ha conocido el país a lo largo de su historia?

Muchos peruanos creemos que no y hemos decidido votar por Keiko Fujimori. Ella ha pedido perdón públicamente por sus errores del pasado y ampliado considerablemente su equipo de gobierno, incorporando a antifujimoristas convictos y confesos, y comprometiéndose a respetar la libertad de expresión, al Poder Judicial y a entregar el mando luego de los cinco años como establece la Constitución. No es seguro que estas promesas le hagan ganar la elección. Pero, si la pierde, lo seguro, eso sí, es que con Pedro Castillo en el poder no volverá a haber elecciones limpias en el Perú, y las supuestas “consultas” electorales serán idénticas a esas farsas colectivas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, cada cierto número de años, en que se pide a la población que confirme con sus votos a los candidatos que elige el poder.

Mi impresión es que buena parte de la izquierda peruana se resigna a una dictadura como la que se avecina en el país si el pequeño partido de Vladimir Cerrón (que se graduó de médico en Cuba, donde vivió diez años), el exgobernador de Junín que no pudo ser candidato presidencial de su partido por haber cometido delitos sancionados por los jueces, gana la segunda vuelta. La aparición de Pedro Castillo, un maestro de Chota, una región de Cajamarca, ha sido una sorpresa para los limeños, que de pronto descubrieron que las provincias existían, con reivindicaciones enormes contra la capital -que representa más o menos la tercera parte de la población pero que concentra la mayor parte del poder económico y político del país- y un resentimiento que el pésimo manejo de la pandemia ha agravado pues mató hasta ahora a uno de cada doscientos peruanos (unas 180,000 personas), sobre todo en las provincias y aldeas de la sierra, se refleja como en un espejo en estas elecciones. Pero ceder a lo más inmediato, como las enormes distancias que separan a los ricos de los pobres en el país y que esta pandemia ha hecho más visibles y dramáticas, es precipitarse en un suicidio político que cerraría para siempre -o por muy largo tiempo- la posibilidad del país de recuperar su vieja historia, cuando fue, en el pasado prehispánico, cabeza de un imperio que daba de comer a todo el mundo, o en los trescientos años coloniales cuando el virreinato peruano era el más próspero de América. Todo ello para convertirse en un agente al servicio de Cuba y Venezuela, países que, aunque se mueren de hambre y convertidos en cárceles, saben sobre todo reprimir y controlar a una sociedad en bancarrota. Por eso, he hecho campaña por Keiko Fujimori y deseo ardientemente que gane esta elección.

Madrid, junio de 2021. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2021.

© Mario Vargas Llosa, 2021.
 

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