En este mundo no hay ladrones
“En este pueblo no hay ladrones” es el título de un cuento de Gabriel García Márquez que gira el torno al robo de las bolas de billar de el único centro de diversión de un pueblo perdido. El robo saca lo peor de los prejuicios de los habitantes de una población donde aparentemente nada sucedía. Algo similar ocurre en el mundo de los sindicatos de Gobierno. Ahí tampoco hay ladrones, aunque detrás exista una enorme corrupción. Ni Napoleón Gómez Urrutia, ni Romero Deschamps ni Elba Esther Gordillo, los tres grandes representantes del sindicalismo acaudalado, los líderes sindicales que no tienen empacho en presumir que viven en la abundancia.
“La maestra” está libre de toda culpa. El papelón del Gobierno de Peña (para variar) es de pena ajena. Solo hay de dos sopas: o estamos ante un Gobierno absolutamente incompetente, incapaz de sacar a un burro de un maizal, o de probar los delitos ante el poder Judicial, o peor, ante una administración que, por el contrario, es capaz de todo, incluso inventar delitos, burros y maizales, para encarcelar al enemigo político.
Jurídicamente ninguno de los tres próceres del sindicalismo es un ladrón, pues la legislación vigente les permite manejar enormes cantidades de dinero sin tener que dar cuenta de ello
Jurídicamente ninguno de los tres próceres del sindicalismo es un ladrón, pues la legislación vigente les permite manejar enormes cantidades de dinero sin tener que dar cuenta de ello, salvo claro que se lo pidan los agremiados. Pero para eso, para que a ningún sindicalista desconfiado se le ocurra exigir cuentas a los “líderes morales” (el chiste se cuenta solo) justamente para eso, existe la cláusula de exclusión, que consiste en que el sindicato puede pedirle a la dependencia de Gobierno que corra al susodicho acusado de lesa confianza. Esas dos prebendas de los sindicatos de Estado, la cuota obligatoria y la cláusula de exclusión son los dos pilares sobre el que se sostienen estos poderes fácticos que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con la calidad de vida de los trabajadores representados.
Hace seis años, en la transición entre Calderón y Peña Nieto, se hizo una reforma laboral que todavía hoy sigue siendo motivo de discusión, pues tocaron lo que se consideraba derechos conquistados por los trabajadores. Lo que no se tocó fueron los derechos de los sindicatos, particularmente los de trabajadores de Gobierno, pues se requerían sus votos en el Congreso.
En el mundo sin ladrones de los Gordillo, Gómez Urrutia, o Romero Deschamps los trabajadores no tienen derecho a saber qué se hace con sus cuotas. Para los líderes pasearse por el mundo derrochando el dinero de los sindicatos no solo no es mal visto, por el contrario, es una manifestación de poder, de poder real. El reloj, el vino caro, la ropa de marca, el avión privado, el desplante es lo que les permite sentarse de tú a tú con los empresarios y políticos; lo que les hace representar dignamente (que no con dignidad) a sus bases.
(diego.petersen@informador.com.mx)