Elección de Estado
Para una postal en la historia de las grandes frustraciones, las declaraciones de un conocido intelectual y comentarista político poco acertado, vertidas en la televisión: “Fue una elección de Estado”, dijo con voz titubeante y semblante desencajado, que acentuaba aún más la sorpresa de quienes viven fuera de la realidad, o piensan que la realidad en la que viven, es la realidad del resto del mundo.
La afirmación que hacía seguramente no fue pensada, sino fruto de la emoción perturbadora del momento, pues equivaldría a que alguien de mucho prestigio en el campo de las ciencias nos anunciara con solemnidad que la tierra es redonda, en pleno siglo XXI.
Por supuesto que fue una elección de Estado, ¿cuál novedad? En nuestro país todas las elecciones han sido invariablemente elecciones de Estado, pero no toda elección de Estado ha sido exitosa, y es en este punto donde los comentarios y opiniones serían de mayor valor y peso.
Las elecciones de Estado promovidas por Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y Enrique Peña, fracasaron pese a todo el poder que como presidentes tenían, luego la cuestión sería, ¿por qué unas elecciones de Estado sí funcionan y otras no?
Para que una maniobra política de ese nivel prospere se requiere en primerísimo lugar, que el Gobierno en funciones mantenga un control pleno del país, como lo tuvo el PRI durante casi 70 años, este control incluye primordialmente el dominio sobre todas las organizaciones públicas y privadas de la nación, es decir, sindicatos, empresas, iglesias, partidos, medios de comunicación, ejército, intelectuales, y hasta el modo en que la gente debe pensar.
Hay otra opción en caso de fallar la anterior, que el Gobierno mantenga de principio a fin, y sobre todo a fin, un alto índice de aceptación, que le ponga por encima de lo que puedan pensar o decir el resto de organismos públicos y privados.
El todavía Presidente de la República, López Obrador, mantenía a un mes de las elecciones, un índice de aprobación de 60%, según la encuesta hecha por “El Financiero”, eso bastaría para que su candidata obtuviera el triunfo sin tener que acudir a ningún otro tipo de recursos.
Pero si además del apoyo gubernamental y del índice de aprobación del Presidente, el o la candidata poseen cualidades acordes a las expectativas del electorado mayoritario, es más que lógico su triunfo. En este aspecto queda claro que la oposición careció todo el tiempo de una visión objetiva de la realidad, que se sobrestimó a sí misma, pensando que la posición social pesa en un proceso en el cual lo que cuenta no es el peso sino el número de los votos.
Otro error de juicio de la oposición fue pretender envolverse en la bandera de la religión, estimulando miedos apocalípticos, amenazas persecutorias, o blandiendo el viejo fantasma de que “ahí viene el comunismo”, queda claro que, al electorado triunfante, ese tipo de recursos ya no alteran sus decisiones, también queda claro que algunos líderes religiosos siguen empeñados en vivir fuera de la realidad, y que nadie tiene una idea clara de lo que significa la izquierda en el mundo actual. En definitiva, lo que la oposición no logra entender es que la sociedad mexicana ha cambiado.
Si fue una elección de Estado, no lo fue por el sólo poder del Estado, seamos honestos, y reconozcamos que hubo otros factores sin los cuales dicha elección no habría prosperado.