El traidor
Puede estar entre nosotros. Puede haber conseguido ya parte de su objetivo, convenciendo y seduciendo con su carisma y sus promesas de soluciones completas, enormes, históricas.
El traidor es, hasta que le conviene, un demócrata. Pelea con las reglas de las democracias, se instala en el juego de los partidos políticos, de las instituciones electorales, de las reglas para ganar y perder. Si pierde, actúa como una víctima del sistema diseñado para impedir su triunfo. Si triunfa… ay, si triunfa. Si triunfa empieza a demoler muy poco a poco, agujerito por agujerito, el sistema de reglas que le dio vida y posibilidad de participar en la política.
Como lo hace tan lentamente y no con un fusil amenazante, no suenan las alarmas que avisan que ha llegado un tirano. Porque no es un maldito asesino, sino un traidor carismático que comienza a apoderarse o a destruir a los árbitros más importantes: los jueces. Legalmente, claro está. Nada de irrupciones violentas en la oficina de nadie. Poco a poco, con la fuerza de la legitimidad ganada y el empuje del poder que ya ejerce el traidor, los árbitros se debilitan.
Después, el traidor va por los adversarios. Pero no, no los avienta de un avión como un vil dictador del siglo pasado en algún lugar del Sur. No. Los cerca, les quita credibilidad, los corteja o les cierra puertas. Los ahoga aislándolos o con la bonita herramienta fiscal, que siempre ha sido útil al garrote y más eficiente que este.
Por último, ya con los adversarios disminuidos, las voces calladas o convertidas en emisoras de una mentira y los árbitros alineados, el traidor cambia las reglas. Juego nuevo para un presente distinto. Nuevas formas de cambiar a las autoridades, nuevas normas para usar los recursos, nuevas reglas para la ahora amorosa relación entre la sociedad y el poder.
¿Les suena conocido? ¿Están pensando en un gobernador estatal, en un Presidente, en un gobernante extranjero?
No les falta razón y hay que prender las alarmas. Hay muchos de estos traidores, además de aquellos que ya llegan a la mente de cada uno de nosotros. Y no son nuevos, se les ha visto destruir sistemas democráticos desde adentro desde el primer cuarto del siglo pasado. No sólo son latinos, los hay noruegos y finlandeses; y no sólo son de un lado del espectro: los hay de izquierda y derecha, bienintencionados y canallas. La mayoría trae rostro de traidor desde que comienza su ascenso en la vida pública, pero algunos ven la oportunidad ya elegidos y abrazan la traición cuando la oportunidad se los permite o la sobrevivencia se los exige.
Sobre ello escriben, con una inusual narrativa histórica, los norteamericanos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en el delicioso ensayo Cómo mueren las democracias. Ellos están pensando en Trump cuando hacen el largo recorrido por distintas latitudes y diferentes épocas para construir su modelo analítico. Pero allá ellos. Nosotros podemos pensar en otros personajes.