Ideas

El titiritero y sus títeres

De pronto, como en los sueños, asocio cosas de la vida real con la fantasía, como me pasó esta semana con los titiriteros y sus títeres y lo que escribió Hugo Hiriart en La disertación sobre las telarañas, (MCA, 1980), segundo libro del catálogo de la editorial, en donde decía: “Así, con el títere atado a sus largos cabellos, ejecutaba esas transmigraciones la bella Melisandra, titiritera maravillosa...”, y cuando leo esto, pienso en el Quijote de la Mancha cuando estuvo en el retablo del maese Pedro en la Venta y el titiritero anunciaba... “la bajada y subida de Melisandra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó tocar las campanas de todas las torres de las mezquitas...

-¡Eso no! -dijo don Quijote.”

Tenía razón... en las mezquitas no hay campanas. Entonces, se levantó de su asiento, harto de escuchar tantas estupideces para reclamarle al titiritero diciéndole que él no consentía que ‘en sus días y en su presencia’ le hicieran tantas supercherías al famoso caballero y enamorado como era don Gaiferos: “¡Detente, mal nacido canalla; no le sigas ni persigas; si no, conmigo estás en batalla! Y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco comenzó a llover cuchilladas sobre la titiritera morisma, derribando a unos, descabezando a otros... tantos que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenan la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán”.

A estos titiriteros los asocio con los que describe Rilke al inicio de la quinta Elegía de Duino donde pregunta: “¿quiénes son, dime, esos titiriteros aún más borrosos que nosotros mismos, a quienes desde edad temprana urge y retuerce sin cesar...” en esta elegía inspirada en La familia de los saltimbanquis (Los titiriteros) de Picasso, antes relacionarlos con los títeres de Rosete Aranda, esos que un día fueron invitados en 1858 al Palacio Nacional por Benito Juárez cuando era Presidente de la República, para distraer al público del recinto con esas marionetas manipuladas por el titiritero mayor de la conocida dinastía que nos ha heredado más de 800 títeres que cobran vida cuando son manipuladas por arriba y no como los bunraku que los presentan para darles vida sólo aquellos que se han preparado 30 años antes de manipular a sus personajes “por detrás y a la vista del público”, y no desde arriba como las de Rosete Aranda.

Recordé el día que disfrutamos de un retablo y sus títeres en el malecón de Almuñecar, allá en Andalucía, cuando mis hijos eran pequeños y disfrutábamos sólo de verlos reír, pues bien sabían que el alma de esos personajes pendía de un hilo conectado a la madera que de repente vivían justo cuando se ponían en movimiento, pues, “apenas caídos, se yerguen y dibujan esa gran inicial de la existencia”, como escribió Rilke o como disertaba Hiriart cuando “el primer principio de la vida del títere opera y algo, una especie de inquietud, se siente en el desperdigamiento insignificante. Allá va alzándose, momento solemne parecido a la creación del mundo...”.

Luego, en la segunda mitad de los setentas, fueron Los Muppets de Jim Henson los que nos entretuvieron: la rana René, Miss Piggy, el cocinero sueco, el perro Rulfo y docenas de personajes que salían en la TV en un show imposible de no verlo.

Y ahora, en México vemos a otra clase de títeres, pues los últimos de madera, Hugo los incorporó a sus obras de teatro y los de Rosete Aranda son piezas de museo que no se mueven por sí mismos, excepto, si los amenazan en una inevitable persecución a escobazos, antes que aparezca Sancho y defienda a su patrón, diciendo que no es necesario que le peguen a uno “por sólo oír un rebuzno; que yo me acuerdo, cuando muchacho, que rebuznaba cada y cuando se me antojaba, sin que nadie me fuese a la mano”.

De esta manera anduve esta semana: entre la fantasía a la realidad.

(malba99@yahoo.com)

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