El rugido eufórico del reggaetón
Por angas o por mangas me encontré en pequeños trayectos, en el mismo coche, entre adolescentes, compartiendo música. Para mi buena y curiosa suerte, en esta ocasión ninguno de ellos tenía puestos sus audífonos, así que pude, por fin, resolver una de las preguntas que siempre que estoy cerca de ellos ronda mi mente: ¿Qué escuchan cuando no quieren oír la música que vamos oyendo los mayores? Acto seguido, empezó mi viaje antropológico por el territorio en el que una voz gangosa recita pasivamente coplas difíciles de comprender pero que rugen enfurecidas contra la belleza. Perdón, me fui de bruces, ahora me explicaré tratando de no sonar a persona adulta casi contemporánea que no entiende que los jóvenes se pueden divertir con lo que está de moda, o peor aún, a hacer un juicio moral al respecto.
El arte o cualquier expresión artística pretende tomar una fotografía de la realidad. Si no esto, lo que es seguro es que trabaja con lo que tiene, la materia prima de esta obra final, es pues, la sociedad en la que nació, creció y se desarrolla en tiempo presente el artista. Pero al escuchar las letras de estas canciones, solo me vienen a la tripa emociones extremas, rápidas y la mayoría no son agradables. Cada palabra, cada expresión, están puestas ahí con muchísimo cuidado, justo para generar saltos en quien escucha desde el primer compás. No hay más versos y coro, no hay más introducción, desarrollo y clímax, no hay más seducción sino solo éxtasis, no hay más una historia real o ficticia que involucre emociones más profundas: se acabó el relato del codependiente que no puede vivir sin su mujer (que también vende poca reflexión). Aquí sólo quedan experiencias sexuales -muchas de ellas no consensuadas- expuestas de manera muy gráfica. Y, no puedo dejar de sentir y luego razonar en que estoy escuchando pornografía recitada y me preocupa que oídos más tiernos que los míos sean víctimas de una suerte de abuso sexual, al igual que como ocurre con ojos jóvenes, al ver escenas pornográficas de manera prematura.
Dicen por ahí que una mentira repetida cien veces se convierte en verdad. Usando ese mismo principio, pienso en que después de cantar y cantar, estas o aquellas coplas, uno se termine por creer lo que con tanta euforia nos mueve. La música ha sido testigo y parte de movimientos sociales y políticos a los que acudimos de manera recurrente para imaginar, escuchar y esquematizar grandes momentos de la humanidad; así que, ¿qué exactamente está queriendo decir esta generación?
Cientos de miles de jóvenes mujeres que hoy cantan estos himnos del verano perenne en el que sueñan vivir, se asoman gritando el coro de la canción que las denigra social y sexualmente sobre los hombros de sus abuelas quienes, cuando nacían en este país, ni el voto se les tenía permitido ejercer. Cientos de miles de hombres que han sido criados por madres trabajadoras que sostienen al hogar de manera afectiva y económica se vuelven a posicionar en un lugar en el que también, y del otro lado de la balanza, han sido víctimas de su propio abuso de poder (sexual). No, así no se construye una relación íntima. No, prometí no hacer un juicio moral, pero puedo dejar de hacer un pronóstico a futuro y a la larga, o no tan larga, no sé qué frutos se cosecharán de esta “música” sin Música, sin Poesía pero con mucha producción. Esto que escuchamos no carece de mensaje, es clarísimo que hay uno, basta ver.
Estoy y estaré siempre en contra de la censura, me parece este también un movimiento que tiene todo el lugar de ser visto, admirado y, por qué no, habríamos de hacerlo hasta con cierta fascinación mercadológica. En mi mundo no cabe la prohibición de ninguna expresión artística, quizá, nos quepa a los que acompañamos a los fanáticos del reggaetón, acompañar e ilustrar con distintos referentes, esos transgredidos y violentados oídos que al parecer no tienen muchas más referencias. Ojalá que el daño no sea tan grave como yo pienso que es, habrá que ver.
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