El reto de ser maestro
Antier se celebró el Día del Maestro en México, y aunque en tiempo reciente se ha puesto particular atención a su desempeño, ya sea por el nivel académico o por el creciente acoso en las aulas, lo cierto es que no es sencillo trabajar en planteles donde conviven más de 30 alumnos por grupo con intereses distintos cada uno. Sin mencionar siquiera que en algunos salones la comunidad escolar puede ser hasta el doble en secundaria y bachillerato.
Recuerdo que en mis años en la preparatoria, una maestra de español tenía tan poco control sobre el grupo que tuvo que dividirlo porque lo calificó como “polarizado” y aseguraba que no podía trabajar con todos al mismo tiempo, así que había días en los que unos tenían clase y otros tenían la hora libre, y eso que por aquellos días no había manera de hacer eco de la situación porque no existían las redes sociales para llegar al “hate”, el “ciberacoso” o los “memes”… Algo vio la maestra en el alumnado que nosotros no observamos en ese momento, pero ahora que soy adulta sé que un grupo puede convertirse en una representación “mini” de una sociedad en la que no todos están dispuestos a seguir las reglas y se crean “grupos sociales” y “grupos de poder” donde también se manifiestan los problemas que a nivel “macro” padece nuestra sociedad. Un profesor desarticulando guetos entre adolescentes de 15 años... No hay como ponernos en sus zapatos para entenderlo.
Actualmente más de 30 millones de mexicanos son estudiantes entre el nivel preescolar y el medio superior; de ésos cerca de 2.3 millones se encuentran en Jalisco, es por ello que los desafíos al interior de esas “micro sociedades” es lo que nos corresponde observar, como ciudadanos y como padres, no sólo se trata del avance académico -que es lo que corresponde al profesorado- sino del desarrollo como individuos dentro de ese microcosmos. Y es ahí donde el trabajo intramuros en la familia hace toda la diferencia.
¿Qué clase de ciudadanos estamos formando para convivir en esa pequeña sociedad que les brinda menos de un metro cuadrado para que cada uno habite como alumno durante cuatro o seis horas al día? No hay ciencia oculta, las aulas y los libros hoy son lo mismo que fueron hace 30, 50 o más años, la diferencia es que los alumnos ahora cuentan con una tecnología en la palma de su mano que les abre ventanas digitales a la comunicación y el conocimiento que no teníamos antes.
La gran pregunta sería entonces: ¿por qué en un momento donde existen herramientas que los deberían convertir en mejores estudiantes, con una mayor capacidad de reflexión y autogestión del conocimiento se siguen presentando los mismos problemas de abuso y acoso de siempre entre compañeros, pero a una escala como no la vimos antes? No ha servido de mucho la reforma “Nueva Escuela Mexicana” que este sexenio promueve con una visión humanista y de inclusión. Definitivamente la realidad reporta otros datos.
El cuerpo docente se prepara para brindar herramientas pedagógicas para que su grupo llegue a los objetivos programados -ellos también son evaluados sobre el desempeño global de sus alumnos- y seguramente no todos tienen la misma vocación y entrega, no faltan los titulares que nos hagan dudar sobre la integridad de nuestros hijos, pero por fortuna son los menos.
Hace tres años, el confinamiento nos llevó a replantear la educación. Los planes académicos se siguieron como fue posible y como padres nos convertimos en maestros, o lo intentamos. El rezago estaba garantizado, pero todos aprendimos en el intento. Aprendimos a valorar a todos aquellos que se dedican a la formación académica, con todas sus implicaciones; aprendimos a valorar la paciencia que ofrecen frente a esa “micro sociedad” que los observa cada día; aprendimos la importancia de educar con respeto y con límites; aprendimos a valorar el esfuerzo de cada niño y no sólo la calificación; aprendimos que no podemos controlarlo todo y que la inteligencia emocional es tan importante como cualquier otra. Muchos tuvimos la oportunidad de ponernos en los zapatos de un profesor o una profesora y muchos nos dimos cuenta de que -por fortuna- nos quedaron grandes.
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