El problema es la devoción
Ha sido brutalmente difícil la tarea de pensar mecanismos para resguardar la libertad. Permítanme contar una historia muy simplificada para recordar el camino recorrido entre el poder absoluto y el Estado democrático liberal.
Digamos que un grupo de personas necesita que una sola marque el rumbo y proteja a todos de sí mismos y de los otros. ¿Quién puede ser esa persona? Una que haya sido mandada por Dios, claro. O bueno, una que pertenezca a una familia respetada. O bueno, una que haya vencido con las armas, porque ni modo de oponerse.
Bien. Ahora el problema es que esa persona hace lo que le da gana. Manda a la guerra por ambición, mata a los que no le obedecen y a veces a algunos por desprecio. No sabe cómo acrecentar la producción de trigo ni entiende de comercio. Lleva a la ruina a los que dirige.
¿Y entonces? Pues a matarlo, porque si no, no se va. Y si vuelve a salir malo, matarlo o morir al intentarlo. Y si sale bueno, matarlo para quedarse con su lugar y esperar a que alguien quite otra vez al malo. Y así hasta que a alguien se le ocurre poner límites al sujeto del poder. Primero, los límites que marquen los dioses o sus iglesias. O mejor aún: algunas normas que estén por encima de él. Y un grupo con poder que vigile que no las transgreda. O mejor aún: un grupo que ponga y cambie normas para que el monarca no pueda hacer lo que le dé la gana.
Sí, que se divida el poder. Y luego que este poder dividido rinda cuentas y que no se quede para siempre. Que vaya cambiando.
Sí, que se divida el poder. Y luego que este poder dividido rinda cuentas y que no se quede para siempre. Que vaya cambiando. Y que cualquiera pueda llegar al poder, no nada más los elegidos por dios o las viejas familias o las armas. Y que tanto él como los demás sepan que su poder es temporal, para que nadie lo mate por ocupar su lugar. Y que no pueda hacer lo que le dé la gana. ¡Listo! Ya tenemos división de poderes, Estado de derecho y elecciones. Afinándolo tenemos un Estado democrático liberal.
Ese engranaje no es perfecto y está muy abollado, pero de vez en cuando, su existencia se ve seriamente amenazada por un sentimiento noble pero perverso: la devoción. De vez en cuando llega un personaje que no parece malo, que promete paz. Y no lo pongamos en duda. Digamos que sí, que es bien intencionado y trae paz. Ese personaje consigue el amor del grupo que lo eligió y con ese amor como respaldo, cuestiona las normas que lo atan y las instituciones que lo limitan. Si el Estado democrático liberal resiste, este personaje puede ser recordado como un buen gobernante. Pero si la devoción lo catapulta, regresamos al origen de esta historia. Ojo, la más peligrosa amenaza para la libertad a veces no proviene directamente del poder, sino de la devoción que lo alimenta.