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El presupuesto, y el séptimo año del obradorismo

Pasada la elección, el Presidente de la República impuso la reforma judicial a su sucesora como prioridad, y vayan ustedes a saber qué otra cosa transexenal habrá de intentar Andrés Manuel López Obrador de aquí a octubre.

Nadie dice que apenas se supiera triunfante Claudia Sheinbaum olvidaría compromisos de campaña, en los que incorporó el “Plan C”. Mas el punto es no subestimar lo que ha ocurrido: AMLO impuso esas iniciativas en febrero, y las fuerza, en tiempo y forma, ahora en junio.

Y una cosa es que sea comprensible que la virtual presidenta electa extreme sus instintos políticos navegando el exacerbado protagonismo de Palacio Nacional en plena transición, y otra es no acusar recibo de que Andrés Manuel busca ganar influencia más allá de su periodo.

Porque en el ADN del tabasqueño está perseguir, hasta el último de sus esfuerzos, la posibilidad de hacer de este sexenio uno de quiebre en la historia de México; por ende, es obligado pensar qué hará en sus últimas semanas para cimentar tan caro objetivo para él.

En esa ruta es evidente que AMLO hará en estas fechas lo que le tocaba en cada uno de sus anteriores años de Gobierno: diseñar el presupuesto del siguiente ejercicio. Visto lo visto tras la elección, no va a dejar a otros las definiciones del séptimo año del obradorismo.

La frase dicha la semana pasada por López Obrador, de que se reserva su derecho a disentir, no puede ser tomada a la ligera. No es una amenaza, es un aviso… y como los viejos priistas solían decir: el que avisa no traiciona.

De tiempo atrás se sabe que a López Obrador le molesta que se instale la idea de que durante el sexenio manejó bien la economía hasta que al final del mismo cedió a la tentación de gastar de más, con un déficit de casi seis puntos. Él disiente de esa visión.

Le preocupaba que tal idea permeara, sobre todo en pasillos morenistas o filomorenistas, que se diera por sentado el riesgo de un “error de diciembre”, que tras de caer el telón sexenal podría materializarse una crisis, a la usanza de los viejos tiempos.

Andrés Manuel no es de los que se quedan de brazos cruzados frente a lo que pueda venir, y menos aún es de esos que confían en que otros cuidarán lo suyo como él. Nada más lejano a su perfil e historia. Encima, no le urge irse y mucho menos está cansado de gobernar.

Por ello mismo, si pasada la elección lo económico vuelve a ser tema, y no sólo por la turbulencia sino porque “no hay dinero”, qué es lo esperable. Sólo una cosa. Que se aplique él mismo en diseñar el gasto que ha de reflejar deberes y haberes de su último año sexenal.

Cada año el titular del Ejecutivo presenta el presupuesto al Congreso en septiembre; eso es así salvo el año en que se da el relevo presidencial, que tiene hasta el 15 de noviembre del año de Hidalgo para someter al Legislativo el paquete económico.

Vaya nuevo dolor de cabeza para Claudia Sheinbaum, votada por 36 millones de ciudadanas y ciudadanos. Al presidente no le asustan las turbulencias por la reforma judicial, pero sin duda le importará asentar que la deuda se manejó bien y que no hubo crisis tras su salida.

Habrá que estar atento a Rogelio Ramírez de la O, que tiene ya dos jefes, pero uno de ellos, casi seguro, le pedirá cosas para el 2025. Con su otra jefa quedará mal.

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