El patriarcado y las mujeres que creen que son fuertes
El patriarcado nos afecta también a las que estamos vivas, a las que nos podemos defender, a las que ejercemos derechos, a las que nos han tocado sin habernos destruido. Reflexionar sobre ello es reflexionar sobre el fondo, sobre las razones por las que no han servido las leyes, los vagones rosas, los institutos y las comisiones para detener los asesinatos. Y es que no, no han servido porque el patriarcado es un modelo de relaciones sociales que empieza con la discriminación y termina en sangre.
Las mujeres valemos menos, así seamos las más fuertes. Les pondré mi ejemplo.
Yo he pensado: esta camisa no me la voy a poner porque quiero que me tomen en serio. Mejor la cambio por algo menos femenino, más profesional.
He pensado: eso de hacer cosas entre mujeres es francamente ridículo, prefiero que me tomen en serio compitiendo con hombres.
He pensado: puedo hacer exactamente lo mismo que los hombres, no necesito que me ayuden y yo puedo conseguir mi membresía a este mundo.
He pensado: yo reclamo para mí los derechos universales del individuo sin importar mi género. Lo del género es limitante, la idea de individuo es universal.
He pensado: yo soy fuerte, no soy débil, no soy vulnerable. No soy como las demás.
Todas estas ideas ridículas me han acompañado a lo largo de una vida independiente, una vida profesional entre hombres, una vida urbana de riesgos y una vida de demostraciones en la que hombres menos capaces obtienen con facilidad lo que a mí se me niega.
Y miren, apenas ahora me voy percatando de que estas ideas sólo ilustran mi miedo al rechazo, mi temor a la discriminación, mi escudo frente a la vulnerabilidad. Creí que eran fuerza y empoderamiento... ¡qué torpe! Todos esos pensamientos lo único que demuestran es que siempre tuve miedo a la fuerza ajena, temor a la mirada del patriarcado y ganas de tener acceso. Ahora que lo pienso, todo indica que quería formar parte del patriarcado, del ala dura, del ala ruda.
Fíjense que no estoy hablando de la violencia sexual, los feminicidios, las desapariciones o el acoso, que son las manifestaciones más agresivas de la sociedad patriarcal en la que vivimos. Estoy reflexionando sobre las manifestaciones más cotidianas de diferenciación entre una mujer (que se piensa fuerte) y los hombres que la rodean, que ganan más, que trabajan menos, que la califican. Porque sí, todas mis actitudes para sobresalir, destacar, alzar mi voz y mi pluma fueron siempre actitudes que buscaron la aprobación del mundo masculino en el que vivimos.
No hay de otra, me decía yo. Soy más inteligente si me subo a las reglas de la competencia y la dominación. ¿He contribuido al patriarcado? No lo creo, creo que no había alternativa. Pero he huido de la verdad. Me he engañado buscando una membresía que no me hace parte de ese mundo en el que los privilegios de un género y la discriminación al otro se disfrazan de protección y de seducción para llegar, en los extremos, a esa sangrienta destrucción que hoy nos moviliza.