El ovillo intrincado
Por siempre pasar lo mismo (con las variantes de lo mismo que son eso mismo), decimos, ¿sentimos?, que no pasa nada, aunque en realidad, en la realidad, pase de todo. Hasta que sucede algo que troza la mismidad, un hecho de por sí, uno que nos obliga a echar la vista al pasado y reconocer que después de todo nunca dejó de pasar lo que no era lo mismo; recordamos puertos, escollos, remansos, huracanes, fuego y resquebrajamientos que mirados desde el presente cancelan la inercial idea de que no pasa nada.
Siempre pasa algo, la cosa es que, engarzados en los eslabones llamados días, momentos o meses, no atendemos los detalles, o podríamos concluir: mucho de lo que ocurre y que al cabo se desenlaza en el acontecimiento que fractura la recurrencia de lo mismo, prescinde olímpicamente de nosotros que, en calidad de espectadores extemporáneos, terminamos por exclamar: ¡qué barbaridad!, pero ¿cómo, si apenas hace…? y las variantes de lo mismo que son eso mismo.
Llegados a este punto o, mejor dicho, a este nuevo párrafo, el tipo de argumentación en boga obliga a nombrar lo vislumbrado: un hecho que trastocó abruptamente lo previsible del devenir de la sociedad en Jalisco, sobre todo, aunque no únicamente. La muerte autoconcedida de Raúl Padilla, del Licenciado.
Una semana ha pasado y como si alguien hubiera abierto las compuertas de una presa rebosante de tinta y de letras soportadas por la informática, hoy textos y pláticas inundan el valle, cortina abajo, de muchas índoles y calidades, sin faltar un afluente caudaloso que podríamos resumir con un título genérico: Raúl y yo.
Lo que ha corrido luego del anuncio de su fallecimiento y de sus homenajes de cuerpo presente, y que aún corre (es evidente), es muestra de que Raúl Padilla fue una persona y es un personaje mediante el cual podemos entender algunos pasajes de la historia local, si acaso damos con las medidas exactas para mezclar los elementos que conformaron su vida, su hacer, su pensar (evidenciado sobre todo por sus hechos, ya que su obra escrita, creo, es escasa, y también por lo que sus cercanos cuenten y tenga valor crítico).
Escribí “medidas”, en plural, porque los componentes de su vida han de ser ponderados desde la política, la educación, la ética, la cultura y desde los distintos contextos, sociales y personales, que moldeó y lo moldearon. Es decir, más allá del dolor, del pasmo, de las condolencias y también de las reflexiones que hemos escuchado y leído, en términos de aprehender rigurosamente a Raúl Padilla, su obra y su tiempo (para expresarlo al modo clásico) queda un trecho largo por recorrer, historias por sopesar y desechar, otras inéditas seguramente emergerán.
Cada cual ha rumiado el suceso trágico con lo que tiene a la mano (incluidos los prejuicios), y al pensar cómo abordar este texto, me vino a la mente el famoso capítulo 62 de Rayuela, la novela de Julio Cortázar, que a su vez prohijó otra: 62 Modelo para armar. Veamos en las siguientes citas cierta concatenación de ambas y que cada cual juzgue si los fragmentos elegidos ayudan a armar el prototipo de esquema para aproximarse al personaje.
Leemos en la primera: “En un tiempo Morelli había pensado un libro que se quedó en notas sueltas. La que mejor lo resumía es ésta: ‘Psicología, palabra con aire de vieja. Un sueco trabaja en una teoría química. Química, electromagnetismo, flujos secretos de la materia viva, todo vuelve a evocar extrañamente la noción del mana; así, al margen de las conductas sociales, podría sospecharse una interacción de otra naturaleza, un billar que algunos individuos suscitan o padecen, un drama sin Edipos, sin Rastignacs, sin Fedras, drama impersonal en la medida en que la conciencia y las pasiones de los personajes no se ven comprometidas más que a posteriori. Como si los niveles subliminales fueran los que atan y desatan el ovillo del grupo comprometido en el drama. O para darle gusto al sueco: como si ciertos individuos incidieran sin proponérselo en la química profunda de los demás y viceversa, de modo que se operan las más curiosas e inquietantes reacciones en cadena, fisiones y trasmutaciones’”.
Y en la suscitada novela posterior, Cortázar advierte al inicio: “El subtítulo «modelo para armar» podría llevar a creer que las diferentes partes del relato, separadas por blancos, se proponen como piezas permutables.
Si algunas lo son, el armado que se propone es de otra naturaleza, sensible ya en el nivel de la escritura donde recurrencias y desplazamientos buscan liberar de toda fijeza causal, pero sobre todo en el nivel del sentido donde la apertura a una combinatoria es más insistente e imperiosa. La opción del lector, su montaje personal de los elementos del relato, serán en cada caso el libro que ha elegido leer”.
Releo lo anterior y me parece que puede servir para confeccionar la crónica de las crónicas por venir o al menos para guiar su lectura. Aunque también me parece que no es sino un guiño elegíaco. Qué más da. En la edición que reviso de 62 Modelo para armar, 1979, en la guarda está adherida una etiqueta escrita a máquina de las que se contaban los “golpes”, reza: “Centro CulturalDon Quijote Galeana 137 Tel.: 14-20-64” Luego: “Título: ____ Autor____ Editorial ____ Precio_____ Fecha_______” Sólo están llenos, a mano, los campos título, autor y editorial. El precio, si es que lo es -no tiene el signo- está inscrito a un lado, discretamente, con lápiz: “1,100” y debajo de éste, otra cifra, “1282”. Esa librería, en parte suya, en aquella Guadalajara, podría ser, como sugiere Cortázar, un comienzo para el billar que se quiera jugar, y dejarse jugar, con el personaje Raúl Padilla.