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El orgullo por mi alma mater

A Sara, a Pati y, por supuesto, a Alfredo.

Al mediar el siglo pasado, en Jalisco al menos, el prestigio de la palabra universidad estaba por los suelos. En una de tales instituciones, los llamados “tecos” ejemplificaban la intolerancia, la carencia de calidad académica y la vocación fascistoide de la Casa. En otra, hacía lo propio la terrible Federación de Estudiantes de Guadalajara, haciendo pésimo uso de una retórica izquierdista y contribuyendo a un nivel académico que, salvo algunos lunares, dejaba mucho que desear.

Tal fue la razón por la cual, con sentido mercadotécnico, dos instituciones de educación superior, que fueron creadas para intentar paliar a su manera el bajo nivel educativo de nuestra ciudad, evitaron la palabra “universidad” y optaron por denominarse “institutos”: uno de ellos Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente y el otro Pío XII.

Vale decir que, en Monterrey, la iniciativa privada creó otra institución, ahora gigantesca, y también prescindió de la palabra universidad.

Pero la Universidad de Guadalajara desde mediados de los años ochenta se comenzó a preparar para una trascendental transformación que se empezó a sentir al finalizar la década, misma que con los años hizo que el referido término se hiciera merecedor del prestigio que actualmente tiene, lo cual dio lugar a que el “Pío XII” se convirtiera en Universidad del Valle de Atemajac, a que el ITESO ahora no deje de subtitularse “Universidad Jesuita de Guadalajara” ya que cualquier otra institución pública o privada de reciente creación enarbole también la palabra de marras.

Pero no cabe duda de que la de Guadalajara es la universidad por excelencia siendo la única que cubre con todas las áreas del saber y del quehacer académico, desde la docencia a la investigación y la difusión. Ante la desdicha de la pandemia, sólo ella respondió con gran decoro a la necesidad de detectar con eficiencia los contagios.

Miles de tapatíos nos beneficiamos de ello sin pagar un solo centavo, primero en la antigua Facultad de Medicina y después también en otras dependencias.

El último eslabón de esta cadena de éxitos fue al principio de la presente semana en el Centro Universitario de Tonalá, después de los margayates que padeció la ciudadanía en otros municipios. Puedo dar fe de que no he sabido de ningún otro lugar donde la vacunación se haya llevado a cabo con tal celeridad, amabilidad y eficiencia.

Confieso que haber sido testigo de ello hizo que aflorara aún más el orgullo por mi alma mater, después de estudiar y haber trabajado en ella hasta mi jubilación, además de haber estado presente en cuanta tarea se me ha encomendado. En suma, he de reiterar que me siento bastante orgulloso de haber “pertenecido a estos leones negros de rostro tan humano”.

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