El indestructible lo hace de nuevo
En distintos momentos de su vida como político, el hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha presumido que es políticamente indestructible. Que su legitimidad es tal, que por más que lo ataquen, él prevalece.
En lo que va de su sexenio, la realidad parece darle la razón: nada le cuesta. En varios momentos de su administración, ante decisiones alocadas, el presidente ha recibido la misma advertencia: si hace esto, es el final. Pero cada que le ponen en el camino una “línea roja” que no debe cruzar por su propio bien, López Obrador la cruza y ríe ante las amenazas.
El aeropuerto de Texcoco fue la primera línea roja. Se burló de ella. Luego fue su pleito con las calificadoras, la mala administración en Pemex, la necedad del mal negocio de Dos Bocas, la falta de un plan fiscal por la pandemia y, la más reciente en el rubro económico, su reforma eléctrica. En cada ocasión le han advertido del peligro de ir en esa dirección, y le vale. Se sigue y no le pasa nada.
Defendió a Bartlett, cubrió con un manto de impunidad a su hermano Pío, se alió con lo más podrido de la política mexicana, liberó al hijo del Chapo, se carcajeó de las masacres. Rechazó el cubrebocas, siguió haciendo mítines, no se tomó en serio el peligro y carga con 350 mil muertos. A él nada le cuesta.
No tientes a Biden. Lo tienta. No debes pelearte con los empresarios. Se pelea. No te pelees con las víctimas de violencia. Se pelea. No te pelees con los papás de niños con cáncer. Se pelea. No te pelees con los gobernadores. Se pelea. No te pelees con la prensa. Se pelea. No te pelees con las mujeres. Se pelea. No abras más frentes. Los abre. Nada le cuesta.
Cualquier gobernante del mundo, con una hoja así, estaría al borde del colapso. En cambio, el partido del presidente es favorito en las elecciones federales y a pesar de que estas decisiones le han impedido tener buenos resultados de gobierno, su aprobación sólo ha bajado 18 puntos porcentuales en las encuestas que lo siguen registrando como un mandatario muy popular.
El último desplante de López Obrador se llama Félix Salgado Macedonio. El presidente lo impuso como su candidato al gobierno de Guerrero. Le dijeron que no cruzara esa línea roja. Le valió.
Como en las encuestas Salgado Macedonio y Morena aparecen como amplios favoritos en las elecciones, la conclusión inmediata es que “un violador será gobernador”. Pero falta una aduana: las urnas el 6 de junio. También ahí se sabrá si el indestructible lo sigue siendo.