El feminismo no es una promesa de campaña
Tener plantas en la -casa no nos convierte en ambientalistas. Trasladarse el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer hasta la Glorieta de La Minerva en Guadalajara para tomarse una foto, tampoco nos hace feministas. De igual forma es un grave error creer que si incluimos en nuestro discurso frases como: “nos interesa transformar la realidad que estamos viviendo”, “tenemos ejemplos que desde el servicio público se dignifica la vocación”, “hay que terminar con el pasado que tanto daño nos ha hecho”, nos convertirá en políticas y políticos que representan a la ciudadanía.
Esto es solo un ejemplo de los sinsentidos y contradicciones que abundan al interior de los partidos políticos, entre sus integrantes que iniciaron oficialmente el periodo de campañas electorales el domingo pasado.
Este proceso tendrá una particularidad que debemos vigilar: la causa feminista, que va más allá de ponerle un pañuelo morado a un águila. Se trata de observar con detalle a mujeres y hombres que piden el voto simulando ser promotores de la causa que sacó a las mujeres a marchar a las calles. Dicho de otra forma, saben que el mensaje feminista puede generar mayor aceptación sin que necesariamente estén convencidas y convencidos de lo que implica el feminismo como movimiento político e intelectual, que busca la transformación de las relaciones de poder y la subordinación entre hombres y mujeres. Esa pretendida transformación es utilizada en apariencia y no en un cambio interno que se refleje de forma genuina en la construcción de la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres.
En el libro “Dolor y Política” de la antropóloga mexicana Marta Lamas, se describe muy bien estas formas de ser feminista: “estos procesos no han estado exentos del oportunismo político de unas cuentas que, con la bandera de “soy mujer”, han aprovechado las acciones afirmativas o la paridad para la autopromoción, sin asumir las causas del feminismo o, incluso, con posturas antifeministas”, y justo en esta publicación el capítulo dedicado a las identidades a la hora de hacer política se inicia con una frase clave: “hacer política es algo necesario, aunque decepcionante”.
Incidir en los cambios que merecemos requiere sin duda alguna hacer política. Nuestra responsabilidad como ciudadanas y ciudadanos es conocer y vigilar lo que de nueva cuenta nos proponen, para en su caso, identificar si son proyectos ficticios disfrazados de causas en común, pero que solo buscan defender y representar los intereses de unos cuantos que forman parte de una estructura llamada partido político, que opera como una empresa más que como un medio que influya en las políticas públicas y decisiones legislativas a favor de las personas.
Es importante reconocer algunos avances derivados de la unión de mujeres políticas y funcionarias identificadas como feministas “institucionalizadas” que, como señala Marta Lamas, distingue “a las verdaderamente comprometidas de las arribistas”.
Así que no permitamos que se confundan: las y los que ahora piden el voto necesitan un esfuerzo mayor y muy, muy alejado de sus historias de Instagram y de sus campañas de promoción que intentan cuidar cualquier indicio de falsedad para legitimar las causas de las mujeres. No permitamos que la lucha feminista se oferte.
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