El dos de octubre y la razón de Luis
El dos de octubre no sólo no se olvida, sino que no se acaba. Cada dos de octubre hay marchas masivas con jóvenes que acuden a recrear la manifestación primera de lo que se considera un hito en la construcción democrática del país. La tarde del dos de octubre se reproduce al infinito, con sus lecciones, sus dolores y, en no pocas ocasiones, hasta con sus camiones incendiados y sus heridos.
El 2 de octubre del 2016 trajo, además, la muerte de uno de los hombres que más y mejor se preguntó sobre lo que ese día había sucedido en la Plaza de las Tres Culturas. Con honestidad intelectual, Luis González de Alba nunca dejó de preguntarse si fueron los soldados, si no, si fue el batallón Olimpia, si no. El Estado autoritario reaccionó con represión y cárcel, nadie lo sabía mejor que Luis en Lecumberri, pero quién disparó, se preguntó siempre el autor de Los días y los años, el escritor de Otros días, otros años, el intelectual que antes de morir, en su madurez, dejó un último testimonio con el libro Tlatelolco aquella tarde. Quién disparó y por qué.
Se extraña mucho a Luis. Sus arrebatos, su inteligencia, su honestidad intelectual, su lógica imbatible, su razón, sus preguntas. El hombre que había sido encarcelado, luego desterrado y muchas veces vilipendiado, no tenía reparo alguno en cuestionar una y otra vez quién tenía la verdad sobre el 68, incluyéndose a sí mismo. Siempre supo que a ese rompecabezas le faltaban muchas piezas y le sobraban muchos símbolos.
Hay que descubrir, en todos los sentidos, a Luis. No sólo para derrumbar mitos del 68, también para que el 2 de octubre no se repita en las calles como una mascarada y la fecha como un mantra. El 2 de octubre es una lección histórica mucho más compleja que el grito contra Díaz Ordaz. Lo rodean la guerra fría, las olimpiadas (en un contexto de guerra fría), la sociedad conservadora, la rebelión de una generación en busca de libertad, un sistema político cerrado, una dinámica latinoamericana de izquierda, una transformación ideológica mundial, una policía incapaz, un ejército al servicio de un partido, un partido nacionalista, un país rural y estados con guerrillas que poco atendieron a la Plaza de las Tres Culturas.
El dos de octubre es una fecha negra que, 50 años después, no ha sido diseccionada. Muchos la intentan desanudar marchando, otros poniéndola en letras de oro en los espacios legislativos, algunos más quitando placas de Díaz Ordaz para borrar su memoria.
Luis lo intentó siempre con la razón. Que sirva la fecha para descubrirlo, releerlo y, en la medida de lo posible, recrear su método, porque sólo Luis metía lógica donde a veces sólo había dolor, ceguera y ganas de reparación casi religiosa. Lo he escrito ya en otros espacios: Luis no siempre tenía la verdad, pero siempre tenía la razón.
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