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El desfile militar y la violencia

El Diccionario de la Lengua española define a la voz “parada”, en su acepción militar, como “formación de tropas para pasarles revista o hacer alarde de ellas en una solemnidad”. Eso es justamente lo que se vive cada 16 de septiembre en nuestro país: una demostración del poderío que tienen nuestras Fuerzas Armadas ante su comandante supremo, que es institucionalmente -y eso debe subrayarse-, el titular del Ejecutivo Federal.

En los últimos años un evento de tal demostración de fuerza se ha convertido en una cuestión por demás paradójica, sobre todo ante la alocución que hizo el presidente en la ceremonia del “Grito de Independencia”, donde con vehemencia clamó: “Qué viva el amor”; menos de 24 horas después, estaba en el Palco Presidencial saludando a las instituciones de mayor poderío y fuerza del Estado.

Asimismo, el mensaje que se envía a la población genera, por decir lo menos, confusión. ¿Por qué si tenemos armamento, vehículos, tropas adiestradas y equipadas, naves anfibias, marítimas y aéreas, los grupos delincuenciales son capaces de paralizar y prácticamente “tomar” durante horas ciudades enteras, sometiéndolas al terror y el miedo?

¿Por qué pueden circular caravanas de camionetas con decenas de personas armadas, por carreteras y autopistas, y amedrentar poblaciones e incluso, en los casos más extremos, desafiar a las fuerzas del orden o atacarlas directamente, como los recientes ataques con drones que se han visto en Guerrero y Michoacán?

¿Para qué necesitaría, en todo caso, un Ejecutivo que afirma que el amor es su doctrina -cualquier cosa que eso signifique- a un Ejército con tal nivel de capacidad de fuego y entrenamiento? 

La hipótesis central de la presente administración, que ya está en sus últimas 52 semanas de mandato, es que la pobreza y la desigualdad son las causas estructurales que originan la criminalidad y la violencia. Pero esa tesis ha entrado en tensión, si se asumen los datos de la medición de la pobreza del CONEVAL, porque si es real que se redujo la pobreza en la magnitud que se sostiene, no hay una disminución en la misma proporción de los delitos y la criminalidad.

Por otro lado, la confusión para la ciudadanía puede incrementarse, pues la pregunta es de qué sirve tener tal dimensión y magnitud de fuerzas, si en materia de combate a la corrupción y la impunidad los avances son nulos, tal como lo muestran los resultados de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE).

En efecto, los niveles de “Cifra Negra” que se reportan a lo largo de esta administración no difieren significativamente de los que se han registrado en las previas. Lo que se refleja en la no disposición de las personas a denunciar los delitos, en la mayoría de los casos debido a que, al decir de quienes han sido víctimas de algún delito, no confían en las autoridades de procuración de justicia, temen represalias o temen malos tratos de la autoridad.

El “alarde solemne” de fuerza del Estado Mexicano -siguiendo la definición de la RAE-, queda así relegado y puesto en cuestionamiento porque, una vez más, cabe preguntar, ¿de qué sirve tener tanta potencia, si no es para dirigirla, con estricto apego a los derechos humanos, en contra de quienes comenten los más atroces crímenes en contra de millones de personas todos los años.

Se afirmaba que el despliegue territorial de la Guardia Nacional tendría un efecto disuasivo; pero en el país siguen cometiéndose más de 30 millones de delitos todos los años; y aunque ante ello puede argumentarse que el fuero común no es responsabilidad de las fuerzas armadas ni de la guardia nacional, esas diferencias, en el fondo, poco importan a las personas, porque lo que exigen es seguridad sobre sus bienes y sobre sus personas.

Es un hecho de que disponemos de la capacidad, recursos e inteligencia para combatir a la delincuencia; pero lo que hace falta es revisar el diagnóstico y estrategia vigentes; y en su caso, replantearlos para tener los resultados que el país requiere.

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