El delito de lo sensible
Desde que conocí por primera vez la obra de Francisco Ugarte en la Galería Enrique Guerrero de la Ciudad de México hace años, me di cuenta cómo jugaba con los títulos, como Shakespeare con los de sus comedias. En aquel entonces en un muro de 4 x 8 metros de altura había colocado unos puntos a colores con el título “Madonna con niño” o algo así. Le reclamé y él, muy serio, me explicó con paciencia que era “La Madonna con el niño” de un pintor renacentista ampliado al infinito, de tal manera que esos eran los pixeles de la obra de arte.”
No volvía decir nada. Seguro que moví la cabeza de un lado para el otro como diciendo... “qué bruto soy”. Lo ha seguido todo el tiempo, por eso, otro día, salí corriendo a ver la exposición titulada “Paisajes literarios”, feliz de encontrar su versión sobre ese tema que tanto me interesa. Me quedo boquiabierto: a tomado páginas de ciertas obras literarias, Camus, por ejemplo, páginas de El Extranjero que ha marcado cuidadosa y puntualmente la frase donde el autor describe un paisaje en su novela y esa página, perfectamente bien recortada y pegada la ha enmarcado para que forme parte de la serie “Paisajes literarios”.
Sigo su obra porque me divierte mucho su juego de inteligencia aplicada al arte en donde disfruto casi todo lo que hace, más todavía, el día que descubro un óleo sobre tela en una casa en Tapalpa donde Francisco ha manuscrito: I wish I could paint a beautiful lanscape, tal cual, con letras encadenadas sin espacio entre ellas, negras en un fondo blanco.
Ahora que estuve en Guadalajara fuimos a ver su exposición en el Museo Cabañas: Aprehender lo sensible... “Aprehender”, quiere decir “cuando la autoridad agarra una mercancía de contrabando o cuando se detiene a una personas que ha cometido un delito” no tiene nada que ver con el otro aprender sin hache. Antes de entrar a recorrer las salas dentro de ese magnífico edificio, una de las principales joyas de la corona tapatía, ya estoy gozando las sorpresas que nos tendrá en esta ocasión.
De entrada, nos recibe en una pantalla con un interprete del lenguaje de señas con subtítulos en español. Está narrando la descripción de lo que Francisco Ugarte expone, en esta ocasión, con prioridad a los sordos.
El buen humor es compatible con el arte y el sentido del humor de Ugarte es la estructura ósea de esta exposición en donde el artista juega de una manera excelsa: en uno de los salones, con una profundidad considerable, lo único que vemos es una franja de un metro por diez centímetros o poco más, con unas huellas borrosas en grises oscuros; el resto del muro sigue blanco recién pintado, pero, al caminar un poco más, encontramos que cae un hilo de pintura negra (que parece chapopote) escurriendo desde el techo hasta el suelo donde se ha hecho un charquito negro. Eso es todo.
¡Ah!, pero cuando pasa uno de ese vacío al siguiente salón, recibimos un impacto fantástico: parece que se trata de una serpiente enorme, formada por cinco columnas de acero, negras como mi alma, dislocadas, que ocupan todo el salón a lo largo en una posición amenazadora. Nos quedamos impávidos, viendo a este bello animal enorme, encerrado, sin poder moverse entre los muros de un profundo y alto salón, aprehendido, sin poder desenrollarse cuan largo es.
Tal vez el contraste de una sala con la siguiente, del chorrito de petróleo que se ha colado antes que nos inunde, al bello y enorme animal que primero parece nos amenaza y luego nos da pena que esté encerrado sin poder moverse como el tigre en su jaula que recorre el espacio caminando de ida y vuelta, dejando huellas en un ocho acostado, como es el signo con el que especificamos al infinito.
En realidad, Francisco ha logrado agarrar lo sensible, como si tal fuese un delito.
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