El crimen de ser mujer en Irán
La iraní de 29 años, Sahar Khodayari, se inmoló frente al Tribunal Revolucionario de Teherán tras el temor de seguir en la cárcel hasta dos años más. Su muerte se anunció el 9 de septiembre, tras sufrir quemaduras en 90% de su cuerpo.
Sahar había sido encarcelada desde fines de marzo, ya que había cometido el “grave e imperdonable” pecado de entrar a un estadio de futbol a ver a su equipo favorito, el Esteghal, en una nación que prohíbe a las mujeres presenciar espectáculos deportivos en los estadios desde hace 40 años, tras el triunfo de la revolución islámica encabezada por el ayatolá Ruhollah Jomeini. Su muerte ha vuelto a poner en la discusión pública la represión y maltrato que sufren las mujeres en muchos países del mundo.
Bajo argumentos como “hay que protegerlas de la atmósfera masculina” y “la visión de hombres medio desnudos”, se ha perpetrado una ley draconiana que impide a las mujeres iraníes disfrutar del futbol. Ellas sólo pueden entrar disfrazadas, con barbas postizas y fingiendo tener una identidad masculina, a riesgo de ser identificadas y expulsadas de los estadios por las policías. A pesar de que la FIFA ha invitado a Irán a derogar la prohibición, se ha hecho caso omiso más allá de algunos eventos aislados.
“Lo ocurrido a Sahar Khodayari es desgarrador y revela el impacto del terrible desprecio de las autoridades iraníes hacia los derechos de las mujeres”, condenó Philip Luther, director de Investigación y Trabajo de Incidencia de Amnistía Internacional para Oriente Medio. “Su único ‘delito’ fue ser mujer en un país donde las mujeres sufren una discriminación arraigada en la ley y que se manifiesta en las formas más horrorosas imaginables en todas y cada una de las áreas de su vida”.
Así pues, las mujeres iraníes siguen sufriendo las consecuencias de una revolución islámica que trajo consigo mayor represión en varios ámbitos de su vida, motivado por un nuevo régimen que encontró en el fundamentalismo religioso su mejor arma. En 1979, el pueblo de ese país derrocó al sha Reza Pahlavi, gobernante desde 1953 impuesto por los Estados Unidos que pese lograr un crecimiento económico gracias a la venta del petróleo, no se reflejó en una mejor distribución del ingreso, y las clases medias y bajas quedaron más empobrecidas.
El descontento popular de la época fue aprovechado por Ruhollah Jomeini, sacerdote chiíta (una de las dos ramas de la religión islámica o musulmana) que aprovechó el descontento popular y una crisis de los precios del petróleo que derrocó al sha para imponer un nuevo gobierno teocrático basado en la interpretación rigurosa del Corán. Lamentablemente, eso derivo en una pérdida de derechos para las mujeres, incluyendo la prohibición de ver futbol en los estadios, así como otras decisiones hostiles como la fatwa o condena a muerte al escritor Salman Rushdie, por considerarse que su novela “Versos satánicos” era blasfema.
Aunque no hay situaciones de opresión tan radicales como Irán, otras naciones como México tendrán que tomar nota del suicidio de Sahar Khodarayi para que la mujer pueda, al fin, ver un espectáculo deportivo sin el temor de ser agredida, insultada o vejada. Cuando se profieren insultos sexistas en los partidos, se manda a las mujeres “a la cocina” o se acosa a periodistas en vivo y a cadena nacional, también se reproducen esquemas de dominación y represión que sería adecuado erradicar, por la memoria de Sahar, por el bien de millones de mujeres aficionadas al balompié, y para que el deporte reproduzca una mejor convivencia social.