El crimen de rechazar la vacuna
Waterloo fue una batalla épica ocurrida hace más de dos siglos: 350 mil soldados, la refriega de 700 cañones y cien mil muertos. Significó el fin del último imperio napoleónico.
El año pasado, científicos de todo el mundo libraron otra batalla igual de épica pero microscópica contra un enemigo más pequeño que Napoleón y que mide la milésima parte de un milímetro: el SARS-CoV-2 y sus 4.1 millones de muertos a la fecha.
El desarrollo de una vacuna convencional demora de 15 a 20 años. Nuestros científicos consiguieron la vacuna en 9 meses gracias a una tecnología médica sin precedentes.
El siguiente reto, fabricar y distribuir de manera masiva y equitativa la vacuna contra el COVID-19, se alcanzó con dificultades. Pero la vacuna está ahora en la mayoría de los países.
Ahora un nuevo obstáculo asoma en el horizonte: el rechazo a la vacunación por desinformación, miedo o simple incredulidad. Una cadena de WhatsApp, un post en Facebook o una arenga demagógica tienen más peso y credibilidad que los gobiernos y los epidemiólogos.
En Estados Unidos, el país con más vacunas disponibles, la inmunización se estancó. La cuarta parte de la población rechaza la vacuna en medio de la llegada de la variante Delta.
En Francia, el país más antivacuna de Europa, casi la mitad de los franceses se dicen escépticos ante el fármaco. En México no hay datos confiables sobre el rechazo a la vacunación, pero en Jalisco, más de la mitad de la población de 40 años ha rechazado inmunizarse cuando tuvo la oportunidad.
Consulta Mitofsky advierte que entre los mexicanos de 30 a 49 años están los grupos más reacios a la vacunación.
Esto pone en riesgo la posibilidad de alcanzar la inmunidad colectiva que requiere al menos el 70 por ciento de la población vacunada para frenar la pandemia. En México apenas el 18.5 por ciento de la población ha recibido su esquema completo al cierre de julio.
Hoy la mayoría de los hospitalizados y muertos son aquellos que no se han vacunado. En otras palabras, esta crisis sanitaria podría convertirse en una pandemia de no vacunados.
Ante el problema, los países han optado por dos vías: las medidas coercitivas y los incentivos. Francia encabeza las primeras con la exigencia de un certificado de vacunación para entrar a bares, restaurantes y eventos masivos. La lógica dice que la libertad individual de no vacunarse termina cuando se pone en riesgo al colectivo. Ambas posturas tienen razón, lo que se traduce en una paradoja y división en un momento que exige unión.
La otra medida son los incentivos a los vacunados. Estados Unidos es el mejor ejemplo: Nueva York ofrece tarjetas gratuitas del metro por 7 días; Ohio rifa un millón de dólares para cinco residentes vacunados en una lotería semanal; New Jersey ofrece cerveza gratis; la empresa Krispy Kreme regala una dona glaseada a los vacunados.
Una tercera vía son las campañas informativas focalizadas y basadas en la comprensión de por qué la gente no se vacuna. En India, por ejemplo, descubrieron que muchos pobladores del sector vulnerable evitaron la vacunación por temor a los efectos secundarios y que esto les obligara a ausentarse del trabajo o por riesgo a no tener para costear los medicamentos.
Otros especialistas recomiendan trasladar la vacunación a entornos más amigables como iglesias y centros comunitarios para dar mayor confianza a la población fuera de los centros de salud.
En todo caso, la vacuna contra el COVID-19 es una proeza de la medicina moderna. Rechazarla es un crimen con costos económicos y colectivos que ya no podemos permitirnos tras más de un año de crisis sanitaria.
La vacuna significa, en el largo plazo, el fin del imperio del SARS-CoV-2 en el mundo.