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El ciudadano Alfaro

Lo recuerdo claramente: Corría enero de 2013 y, en calidad de ciudadano (así lo dijo él mismo), Enrique Alfaro ofreció una rueda de prensa en la que criticó ampliamente a la administración saliente de Emilio González Márquez (PAN) y a la entrante de Aristóteles Sandoval (PRI), porque ambos equipos se habían puesto de acuerdo “en los Sótanos de Casa Jalisco” para contratar una deuda por dos mil 800 millones de pesos.

Indignante, dijo entonces, porque una fuente “muy confiable” le había dicho “de primera mano” que en esa solicitud de endeudamiento habría un porcentaje importante que se destinaría para rescatar las finanzas del siempre pobre y necesitado Congreso de Jalisco.

Y como su pecho nunca ha sido bodega, Alfaro no pudo dejar de destacar que contratar un adeudo sería la primera promesa incumplida del gobernador entrante.

Desde entonces, el ciudadano Alfaro se convirtió en un dolor de cabeza para la administración estatal priista, porque igual exigía la renuncia de quienes no podían contener la inseguridad en el Estado, como la de aquellos que habían dado la espalda a las comunidades de Temacapulín, Acasico y Palmarejo ante la eventual puesta en marcha de la Presa El Zapotillo.

Qué cosas, ¿no?

Eventualmente, esa fama en la cancha de la oposición le permitió al ciudadano Alfaro convertirse en el alcalde Alfaro. Y desde 2015, su papel como opositor del Gobierno -aun como cabeza de uno- subió de tono, pues éste incluso plantó cara al Ejecutivo estatal porque se había atrevido a permitir la instalación de comerciantes en el primer cuadro de Guadalajara durante la ceremonia del Grito de Independencia en 2016, después de que él, con sus propias manos, había limpiado de ambulantaje en ese espacio.

Un héroe. Un estadista. Un político con muchas agallas y los destos bien puestos. Eso teníamos en el Palacio Municipal. O bueno, eso nos quiso vender su equipo de comunicación.

Ya con ese impulso, el ciudadano-alcalde Alfaro decidió buscar la gubernatura y la ganó. Miles de promesas salieron de su boca durante las campañas: Seguridad, Medio Ambiente, Salud, Economía, Empleo, Abasto de agua, Innovación. El primer mundo, pues. Y si no prometió la repatriación del Penacho de Moctezuma fue porque alguien más ya lo había pedido.

Pero, como diría el buen David Hume, la naturaleza es siempre demasiado fuerte para la teoría, y entonces, un político naturalmente tiende a comportarse como un político, por lo que el producto de cinco estrellas que se vendió en campaña rápidamente se transformó en lo que ahora gobierna a Jalisco.

A la distancia, el ciudadano-alcalde-gobernador Alfaro se ha convertido en lo que luchó destruir. ¿Las pruebas? Seis mil 200 millones de deuda contratada en su Gobierno (2.2 veces más de lo que le criticó a su antecesor), una evasiva constante al abordar la violencia que se vive en Jalisco con un desafortunadísimo “se matan entre ellos”, un cambio radical de postura respecto a la Presa El Zapotillo, pleitos con el presidente, con ciudadanos que arrojan basura a las calles, con quienes no se ponen cubrebocas, con medios de comunicación y, para llenar su álbum de cartas coleccionables, ahora lo hace con la Universidad de Guadalajara (UdeG), instancia a la que pretende retirar una partida de 140 millones de pesos, pese a la evidencia de opacidad que hay en el crédito Covid-19 y las facturas con chelita incluida que se han aprobado a la salud de este empréstito.

La conclusión es simple, aunque difícil de digerir: en el Jalisco actual, el pleito es el sello de la casa. Un sello que no dignifica y sí decepciona. Sobre todo, cuando ése que representa a los ciudadanos se promovió durante años como uno ejemplar que luego nos vendieron como un héroe, un estadista, un político con muchas agallas y los destos bien puestos.

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