El camino de Grace
Detrás de cada activista hay una sobreviviente. Ojalá no tuviera que ser así, pero la vida las forja a través del dolor haciéndolas más fuertes. Recientemente, tuve oportunidad de escuchar uno de los discursos más emotivos de Grace Tame, una joven reconocida en 2021 como la Australiana del Año. Era difícil creer que quien hablaba, esa mujer hermosa, radiante y ganadora de maratones fuera una sobreviviente de abuso sexual y trastornos alimenticios, pero así fue.
Grace fue víctima de abuso sexual cuando tenía sólo 15 años. Su profesor de matemáticas, 43 años mayor que ella, fue su agresor; fueron seis meses de abusos. La persuadieron para que guardara silencio, pero el cuerpo habla y comenzó a manifestarse agravando su anorexia al punto de la hospitalización. Apenas podía mantenerse en pie. La misma Grace narra que la primera vez que denunció el abuso la ridiculizaron y, como en la mayoría de los casos, la vergüenza recae en la víctima, otro de los estigmas con los que suelen vivir.
Grace pudo sobreponerse a todo: al trastorno alimenticio, a la vergüenza, al señalamiento social; encontró quien la escuchara y le creyera, logró transformar el dolor y decidió que su voz sería la de todas aquellas que no pueden hablar.
En Australia surgió en 2018 el movimiento #LetHerSpeak para “hacer ruido” como ella lo pidió en el discurso de aceptación de su reconocimiento. No se hicieron esperar las denuncias de mujeres de todas las edades confesando que fueron víctimas de abuso sexual cuando eran niñas, sus agresores fueron sus padres, abuelos, tíos o maestros y las intimidaron para guardar silencio.
Hace unas semanas UNICEF reportó que en el mundo hay más de 370 millones de niñas y mujeres que han sido víctimas de abuso sexual en la infancia. El mismo reporte, dividido en regiones, registró a Oceanía en el punto más alto de la tabla con seis millones de víctimas, lo que representa el 34% de la población menor de edad, gravísimo si consideramos una región como América Latina y el Caribe que reporta el 18%. Tengamos claro que con una sola víctima basta para que sea un crimen y para que la ley actúe.
Australia calificó a la pederastia como una tragedia nacional en 2017: entre 1980 y 2015 se identificaron más de ocho mil casos confirmados de abuso en instituciones escolares públicas y religiosas; sin embargo, quedaron fuera de la estadística todos los que no fueron denunciados y que podrían alcanzar varias decenas de miles. Tan sólo el año pasado se detuvieron cerca de 100 agresores en una red de corrupción y abuso infantil, además de identificar al peor caso en la historia de ese país con la aprehensión de un hombre de aproximadamente 45 años que atacó a 91 niñas menores de 10 años y cometió 136 violaciones entre 2007 y 2022. Era cuidador en una guardería y enfrenta mil 623 cargos por abusos. Así de vulnerable es la infancia.
El camino de Grace ha sido difícil, requirió no sólo de hacer ruido, mucho ruido; tuvo que lidiar con abogados, periodistas, exponer su caso, denunciar cuando aún era menor, tocar puertas, cerrar filas con varias organizaciones y escalar hasta encontrar el esperado cambio en las leyes.
Fueron años de trabajo para visibilizar un grave problema que vivió en primera persona, pero quizá su mayor aportación y por la que ha sido considerada por la revista “Time” como una de las líderes de la nueva generación es por hacerle ver a la sociedad que una víctima no es la responsable de su agresión y por lo tanto no debe sentirse avergonzada; por romper el silencio y abrir la conversación en las sociedades sobre el abuso sexual infantil, porque la educación y la información es el primer método de prevención. Ahora, luego de casi 15 años de lucha, Grace lleva tatuada en su mano derecha la frase: “Eat my fear”, como recordatorio para no temer y para no guardar silencio nunca más, porque sabe que compartir es vital para sanar y porque un sobreviviente como ella, sin importar su circunstancia, debe sentirse orgulloso de su historia porque cada voz cuenta.