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El alimento espiritual

No son muchos los días que puede pasar una persona sin comer y beber agua. Es muy poco el tiempo que se puede pasar sin respirar. Se trata de necesidades muy evidentes y apremiantes, pero existen igualmente otras exigencias que no siempre tomamos en cuenta, una de ellas es el alimento espiritual.

Cuando se habla de la dimensión espiritual de inmediato muchas personas la relacionan con actos o prácticas religiosas, olvidadas, rechazadas o aprendidas en condiciones tan poco agradables que les generan malos recuerdos. Se nos olvida que la espiritualidad es precisamente la condición que define y caracteriza a la especie humana, y que ésta existe antes de cualquier religión, aún más sin esta naturaleza espiritual del ser humano ninguna religión habría sido posible. Esta realidad puede ayudarnos a entender el que haya personas muy espirituales pero sin religión, y personas religiosas sin espiritualidad.La espiritualidad natural humana es esa fuerza interior que nos lleva a trascender y a interrogarnos, también a la solidaridad y a la compasión, a la búsqueda constante de la vida, de la superación, del crecimiento, a afrontar los reto que la propia realidad material nos plantea, y en esa tarea tan significativamente humana somos llevados hasta las fronteras de lo tangible, abriéndonos a la posibilidad de lo divino, de lo intangible, de lo que advirtiéndose más allá, se presiente sin embargo, en lo más íntimo del propio ser. Cultivar estas aspiraciones es dar a la vida alimento espiritual.

El cultivo ya de sólo esta espiritualidad humana hace a la persona más atenta, más profunda y reflexiva, más comprensiva cuando se acerva al corazón de los demás, y más dispuesta a buscar lo mejor para sí y para todos. Por el contrario quienes se empeñan en deshumanizarse privándose de alimentar su espiritualidad acaban siendo personas superficiales, irreflexivas, violentas, animadas por un egoísmo fuera de toda proporción, pegadas a la superficie de la vida, llenas de soberbia y petulancia, sin otra necesidad que comer, beber y divertirse a costa de lo que sea.

En su origen la fiesta de la Navidad fue la fiesta del espíritu elevado a la altura de lo divino, la fiesta de la compasión de Dios que se inclina sobre la condición humana y la hace trascender al infinito, celebrar el nacimiento del Mesías haciéndola vida. Esta realidad la entiende toda persona que vive su vocación espiritual ya desde la mera base humana, y que planifica y perfecciona quien se ha abierto a una espiritualidad trascendente.

En nuestro país la Navidad ha sufrido desde hace años el impacto erosionador de la sociedad secular norteamericana que convirtió el arte de dar en un mercado deslumbrante y consumista, que distorsionó la música navideña para volverla sensualmente bailable, e hizo de la cena de nochebuena, un evento familiar privado de horizontes trascendentes, una fiesta de cumpleaños donde todo mundo acaba por olvidar al festejado, o recordándolo se le celebre justamente traicionando todos los principios y valores que Él predicó, de esta suerte “feliz navidad” ya no es un deseo de vida en plenitud, sino de que el consumismo te ayude a pasártela bien.

DR

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