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El agua que cayó del cielo

Aun desde antes de que Ignacio Manuel Altamirano, uno de los mexicanos más lúcidos que ha existido, declaró aquello de que Guadalajara era “la hija predilecta del trueno y de la tempestad” era común que nuestros paisanos sacaran recipientes a la calle o a las azoteas para captar agua cuando esta, lo mismo que ahora, caía a raudales del cielo.

No sé cuándo se perdió el hábito que, si bien no es una solución moderna a la dificultad que hemos generado con nuestro irresponsable crecimiento, como quiera que se vea es un paliativo a un problema que ha llegado a un álgido nivel.

Cierto es que nos gustan las soluciones radicales, pero estos “parches” no dejan de tener su utilidad, sobre todo cuando se llega a extremos tan drásticos como los que padecemos en este momento.

Claro está que tampoco puedo prescindir de sacudir el árbol genealógico de quienes en los años sesenta se oponían al control natal que podría haber permitido un crecimiento más organizado y no habríamos llegado al extremo de que niños y adultos sufran de tal manera por la falta de agua.

Se hacen críticas a nuestro gobierno por haber caído tan bajo. Seguramente tienen razón, pero no debo de sentirme complacido por el hecho de que, además de perseguir soluciones de gran envergadura, haya decidido promover la recolección en recipientes adecuados de diferentes tipos.

Se han alcanzado ya éxitos concretos alentadores en recipientes de buen tamaño pero fáciles de instalar en la mayor parte de los domicilios, en uno de estos aguaceros “muy tapatíos” que nos han tocado ya, uno de estos recipientes no mucho más pequeños que un tinaco normal, acumuló agua que, sin contar con el baño diario, puede rendir casi una semana.

Ya sé que no es gran cosa, pero no cabe duda que “peor es nada”.

Bien claro tenemos que, tal como se ha dicho, infinidad de veces, los tapatíos, desaprovechamos con el mayor desparpajo nuestras azoteas...

Pero recientemente ello ha dejado de ser una verdad absoluta, pues entre los calentadores solares y los módulos cada vez más frecuentes para generar electricidad, el panorama desde el aire de nuestra ciudad empieza a ser diferente. De cualquier manera, estoy seguro de que en casi todas las azoteas cabría un depósito, o tal vez más, para almacenar un poco de agua de lluvia y, aunque haya quienes tienen el privilegio de que en su barrio o colonia no falte el líquido vital, su uso puede permitir que pasen más litros a otros lugares menos favorecidos.

Todo ello para secundar la idea de repartir depósitos para almacenar el agua, siempre y cuando no se olvide buscar la manera de que todos gastemos menos y de que se habiliten nuevas fuentes de abastecimiento sin que ello signifique fastidiar la vida de los demás.

Por otro lado, no olvidemos tampoco la conveniencia de alimentar el agua del subsuelo desde nuestras casas también con pozos.

jm@pgc-sa.com

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