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El Río Santiago, nuestro espejo

Los reclutadores de recursos humanos tienen formas específicas de valorar a un candidato. Hay quien dice que en lo que se fija es en las manos, en el recorte y aseo de las uñas, lo demás es lo de menos. Otro, más superfluo a mi gusto, se fija en el cinturón que, según él, dice más que mil palabras (a mí que se me olvida ponérmelo cada jueves y domingo supongo que equivaldría a llegar desnudo a la entrevista). Son sin duda prejuicios, pero también una forma concreta de acercarse a la personalidad de un individuo.

Cambiando de escala, los urbanistas dicen que nada habla tanto de una sociedad como la forma en que trata sus cuerpos de agua. Como tengamos nuestros arroyos, ríos y lagos habla más de nosotros que cualquier choro interminable. Alguien podrá alegar que esto también es un prejuicio, como quien decide una contratación por la limpieza de las uñas, pero el Río Santiago habla pésimo de nosotros, nos define a los tapatíos como unos auténticos puercazos.

Las autoridades nos vendieron la chora de que la planta de tratamiento de El Ahogado tendría un efecto inmediato sobre la calidad de agua del río en la zona de El Salto, y la de Agua Prieta resolvería el problema de aguas abajo. La macro recomendación de la Comisión Estatal de Derechos Humanos nos hizo pensar que ahora sí se atendería el problema. Las declaraciones de funcionarios y gobernantes hicieron parecer como que de verdad les importaba el tema y que finalmente atenderían el problema con políticas públicas y recursos.

Los números hablan por sí solos. Cuando el tema se pone de moda por una tragedia como la del niño Miguel Ángel o por presión social, las multas por contaminar se incrementan drásticamente. La diferencia de un año a otro puede ser de 10 a uno, pero el río sigue igual.

El Río Grande de Santiago, como es su nombre original, es el segundo en importancia en el Pacífico medido en escurrimiento anual promedio, y un elemento clave en el sistema ecológico del valle de Atemajac

Rescatar el río no es solo un asunto de tercos ecologistas. El Río Grande de Santiago, como es su nombre original, es el segundo en importancia en el Pacífico, medido en escurrimiento anual promedio, y un elemento clave en el sistema ecológico del valle de Atemajac. La muerte de este río es una muestra de la ineficiencia de las autoridades municipales, estatales y federales en materia ecológica, que no han sido capaces, sea por ineficientes o por corruptos, de detener los agentes contaminantes. Pero, sobre todo, es un espejo de cómo vivimos los habitantes de la Zona Metropolitana de Guadalajara: tener esa belleza natural tan cerca y que nos importe un bledo no habla muy bien de nosotros.

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