El Papa en Irak
Desde el año 1257, con la primera invasión mongola, y hasta el presente, Irak ha vivido en un permanente estado de guerra, cuyas treguas cada vez se han vuelto más breves. Emporio cultural y económico de la Edad Media en el Medio Oriente, no ha vuelto a conocer desde entonces una verdadera época de paz. Todo el tiempo jalonado entre los imperios vecinos, pasó a ser manzana de la discordia entre los imperios distantes al iniciar la era del petróleo aún inconclusa. Primero la Gran Bretaña y luego su socio más cercano, Estados Unidos, han pugnado por el dominio de este territorio corrompiendo a jeques y a dictadores, para luego favorecer su derrocamiento a tenor de sus intereses, siempre con un alto costo para la población.
A nadie debiera sorprender entonces los extremos de violencia a los que se ha llegado en los últimos años, son los esperados en sociedades llevadas al límite de sus capacidades para enfrentar el permanente atropello de las potencias mundiales sobre su derecho a existir como pueblo soberano. El extremismo musulmán del Medio Oriente es la reacción desesperada a siglos de sometimiento con base a la ley del más fuerte. Nosotros podemos deplorar los excesos inauditos del “estado islámico” y la increíble devastación que produjo en Irak, pero igualmente deberíamos preguntarnos qué tan grave será su condición que acaban matándose a sí mismos antes que seguir soportándola.
En la percepción de los extremistas islámicos el origen de su devastación hay que ubicarlo tanto en potencias musulmanas como en potencias cristianas. En este último punto yerran, ya que hoy día no existen potencias cristianas, sino países poderosos que en tiempos pasados se definieron como cristianos pero que ya no lo son, ni hacen de los valores cristianos la inspiración de sus agendas. Esto no lo entiende el “estado islámico”, por lo mismo se ha cebado en contra de las comunidades cristianas del Medio Oriente a las cuales ha reducido a mínimos históricos, sea por el asesinato, sea sobre todo por el exilio masivo.
Irak sigue siendo un país ocupado por Estados Unidos que, de ser feliz socio de Sadam Husein, devino su enemigo mortal, hasta lograr su derrocamiento, e invasión, a la cual se opuso abiertamente la Santa Sede en el 2003. Derrocado el “dictador” fue sustituido por una “democracia” de importación ajena a la idiosincrasia política de los irakies.
El país sigue devastado y su petróleo saqueado, políticamente muy inestable, y con una paz bastante frágil, es uno de esos países a donde nadie querría ir, sobre todo es un país desaconsejado para determinadas personalidades del odiado mundo occidental. Pero el Papa acaba de estar ahí tres días, respondiendo a la invitación que el presidente de Irak le hiciera durante la visita que éste hizo al Vaticano el 25 de enero del 2020.
Para los cristianos de Irak, la visita del Papa fue ocasión de aliento y fortaleza, para los musulmanes de buena voluntad, un signo de esperanza, la esperanza de que Irak vuelva a ser un país que participe de manera activa y soberana en el concierto de las naciones, ¿cómo lo tomará el extremismo islámico? Pronto se sabrá.
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