El Padre Chayo: una vida trascendente
José Rosario Ramírez Mercado trascendió dejando un hueco permanente en el alma de quienes le conocimos, pero ese hoyo doloroso tiene, al mismo tiempo la luz de lo eterno. Se ha ido con la satisfacción de haber dado el salto hacia la eternidad después de haber tocado miles de veces lo más sublime de la humanidad: las almas humanas.
Había nacido en el seno de una familia tradicional en el corazón de los altos de Jalisco en la que aprendió la recia sabiduría práctica de su padre y la piadosa actitud de su madre que le convirtieron luego de una vida plena, en su niñez y juventud recorriendo caminos y veredas, en un hombre sabio. Su inteligencia privilegiada se expresaba con su inquietud incesante con la cual adquirió el conocimiento profundo de la condición humana por las rutas de la fe, el estudio y el amor a la libertad.
Mantuvo siempre un carácter alegre y perspicaz, expresado por sus ojos brillantes y mediante esa sonrisa transparente conectaba con el corazón y la mente, hasta llegar al alma de quienes conversaban con él. Sus expresiones completaban sus relatos apasionantes en los que surgían personajes salidos de un tiempo mágico, que hablaban un lenguaje directo y concentrado. Esos cuentos estuvieron encaminados a servir de ejemplos para resaltar las virtudes siempre presentes en sus palabras, con las que se abría paso para transmitir el mensaje divino en el que creía con fe inquebrantable. La determinación para cultivarse y su innata curiosidad permanente le llevó a conocer lo más exquisito sin perder nunca su natural sentido popular. Su vocación por la enseñanza ha dejado una huella indeleble en miles de seminaristas, sacerdotes, diáconos, religiosas, adultos, adolescentes y niños que le escuchamos con interés sus explicaciones en los recintos sagrados como en las conversaciones más informales.
Demostró ser siempre un cristiano ejemplar dispuesto a amar a los demás, entregando su tiempo para ejercer el ministerio en una especie de pastoral laica que le llevaba a asistir a los enfermos en el Hospital Civil y a sembrar la semilla de la esperanza entre futbolistas y políticos en los que trascendió sirviendo como puente conductor al camino de la rectitud cristiana profunda y respetuosa.
Hombre de fe, siempre fiel a los principios, sabía los caminos que conducen a la verdadera vocación, de la habló tantas veces con los seminaristas y sacerdotes que le quisieron como ministro, maestro, pero sobre todo como ser humano bueno y leal.
Y como suele suceder con los sabios, la bondad la complementaba con un fino sentido del humor para dejar sus mensajes directos. Su mano cálida siempre estuvo tendida para dar lo mejor a los demás: la palabra de aliento, los sacramentos o el consejo certero que destilaba la bondad que solo surge de lo santo.
Inconforme por naturaleza cultivaba desde muy joven las letras, se convirtió en un apasionado de los libros de donde cada jornada se nutría y deleitaba. Escribía con la soltura que dan las horas solitarias del conocimiento de las palabras, tanto las divinas como las humanas. Libros sobre temas literarios o religiosos salieron de esa mente privilegiada que inspiró a tantos otros a seguir esa vocación, en la que se vislumbran los límites de la libertad y la fe. Trasciende pues también con sus libros indelebles, con sus escritos de puño y letra, con sus dibujos hechos en un papel cualquiera, que encierran rostros de las almas que atendía.
Periodista en el sentido más amplio dejó una escuela que fructificó en generaciones de reporteros, editores y colaboradores que recibieron dentro y fuera del seminario el ejemplo de la disciplina y la congruencia que exige escribir en las planas del periódico El Informador. Deja un estela inmensa de textos y el ejemplo permanente para un gremio llamado a sacudir conciencias.
El padre Chayo trascendió como ministro de la fe, como maestro y preceptor, como hombre de libros y letras, como periodista, pero sobre todo como una persona íntegra que conoció las miserias humanas con espíritu cristiano y gozó del cariño y la amistad de miles de personas que aprendimos con su ejemplo a amar al prójimo.
El Padre Chayo trascendió. Vivirá para siempre en sus obras y en todas las almas tocadas por su bondad. El hueco obscuro de su ausencia se llena con la luz de sus palabras indelebles. Descanse en paz.