Ideas

El PRI y su transformada manifestación

El miércoles anterior, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, declaró, refiriéndose a los acuerdos a los que llegó con el Partido Revolucionario Institucional (PRI): “Ese es un compromiso, intentar recuperar temas, como la reforma eléctrica, vamos a intentar construir una verdadera reforma electoral. Es un acuerdo político que va más allá de una reforma constitucional” que “le va a permitir al Gobierno de Presidente López Obrador transitar de otra manera y consolidar la gobernabilidad que el país requiere, que requiere el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el último tramo del sexenio.”   

Supongamos que interpelamos al secretario de Gobernación: terminan por recurrir al PRI... ¿en dónde quedó la transformación? También supongamos que él, en un arranque inusitado de sinceridad, o más bien, que con uno de los ya habituales (en esta administración) desplantes de cinismo retador, condesciende a responder: sí, somos socios y qué. Sí, no son libres para hacer de su partido uno independiente y autónomo; quién les manda arrastrar semejantes historiales (ahora se les dice carpetas de investigación). Sí, el PRI coincide -y aunque no coincidiera- en que los proyectos del Presidente deben ser el centro del hacer legislativo. Sí, en México, los caminos políticos, los de la administración pública, y los modos para recorrerlos, son los que anduvieron ellos a lo largo de setenta años; en los hechos aceptamos que en la política según la concebimos nosotros, aunque el PRI no esté, siempre está. 

Un Presidente que llegó al poder con tamaña legitimidad no ha sido capaz de instaurar formas diversas para la política; no únicamente porque las cosas de índole pública se hagan diferente, sino porque estén destinadas a tener efectos benéficos en la gente. En cambio, ha visitado con fruición el amplio catálogo, o deberíamos decir la guía que el PRI diseñó meticulosamente: clientelismo; anular la división de poderes; ninguneo de las entidades libres y soberanas; mentir si es para ganancia del grupo que está al mando; cooptar y si no se puede, perseguir a los adversarios; usar como si fueran suyos el erario y las instituciones; privilegiar lealtad frente a pericia y conocimiento; insinuar con denuedo que es perfecto, que no hay materia de su incumbencia en la que yerre; usar la Constitución para afianzar sus ocurrencias; redefinir a su conveniencia la democracia y los conceptos pueblo y república; hacer de la historia el patio para orear sus limitaciones intelectuales; impulsar una reforma educativa que ni sea reforma ni se enfoque en la educación; empeñarse en fingir, en los discursos, que si se es un patriota, se es buen Presidente; hacer lo posible por anular a la oposición; actuar con la certeza de que la única gobernabilidad que vale la pena procurar es al interior del partido que lo postuló. Por último, aunque la lista se puede extender, alzarse por encima de todas, de todos y de los problemas, para manifestar que lo malo del presente es herencia del pasado, y que lo bueno se encuentra allá, en el futuro que nomás él, Presidente en turno, atisba.

A pesar de la grandilocuente “alternancia”, parecería que el único bicho que sobrevive a los cataclismos sexenales es el PRI, que es irrelevante quien gane; con artimañas (resiliencia, le dicen hoy) y un mimetismo vergonzoso, el otrora partidazo se las arregla para perdurar. Aunque, a lo mejor no es del todo así; el PRI es sólo una de las especies del ecosistema político nacional, lo que trasciende es el género: el conjunto de especies que tienen las mismas características esenciales, que portan, irremisiblemente, el ADN del Revolucionario Institucional.

En el capítulo “3. Cuídense del Estado de un solo partido”, en el libro Sobre la tiranía. Veinte lecciones del siglo veinte, del historiador Timothy Snyder, en la edición de 2017, en inglés, leemos: “Cuando los fascistas o los nazis la hicieron bien electoralmente, en la década de 1930 o en los cuarenta, lo que siguió fue alguna combinación de espectáculo, represión y de la táctica salami: cortar en rebanadas a la oposición, una por una. Mucha gente estaba distraída, alguna estaba impresionada y otros estaban rebasados.” Por supuesto, apelar a la historia de la entronización de dos ismos aborrecibles es una desmesura, aún podemos pensar que estamos lejos de ellos; sin embargo, no es estéril apoyarnos en lo actual que hay en el argumento de Snyder: si de democracia se trata, en una república federal y representativa, la oposición es necesaria; lo demuestra el hecho de que quien detenta el poder intenta siempre desmembrarla, de diluirla en su ácido regazo. Lo que a partir de la cita nos atañe preguntar es si, ante lo que sucede en México, estamos distraídos, impresionados o rebasados. La oposición, tampoco el partido dominante, representan mínimamente a la sociedad en la que están inmersos y de la que somos parte, no a la que crea, produce y forma una cultura potente; apenas son reflejo de nuestras pulsiones básicas, y se valen de ellas para que las confundamos con política, con democracia. 

Luce arduo poder frenar la inercia de la historia masiva de abyecciones (en política) que se alimentan a sí mismas. Pero podríamos preocuparnos por dar juego, a través del voto, a todas las fuerzas, y exigir que eleven sus estándares en todos los campos; también podríamos dejar de consumir sin masticar aquello que nos arrojan desde la Mañanera y sus ecos, desde el Congreso de la Unión y sus similares en los estados, incluidas las gubernaturas. De otro modo, de pensar sobre la tiranía, tendremos que resignarnos a sobrevivir en una. 

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