El PRI
En memoria de Guillermo Camacho, periodista ejemplar.
Como es del dominio público, soy priista. Me formé políticamente en las filas del Partido Revolucionario Institucional. Conviví, crecí entre sus cuadros y tuve grandes maestros en quienes encontré consejo y orientación. Recibí oportunidades y me desempeñé en múltiples cargos. Lo hice, como miles de priistas, de acuerdo con los valores aprendidos de las generaciones precedentes. Pienso que la ideología del PRI es la correcta. También creo que un régimen de economía mixta es lo adecuado para un país que tiene, entre sus privilegios y desventajas estratégicas, vecindad con la nación más poderosa en la historia de la humanidad. No soy prevaricador, apóstata, saltimbanqui, ni me falla la memoria. Tampoco soy juez. Cada quien es responsable de sus actos. Sigo siendo militante, lo que he dejado de ser es un cuadro al servicio de una dirigencia que sólo busca su beneficio, traicionando el proyecto de nación surgido de la Revolución Mexicana, sin el que, por cierto, México no sería lo que hoy es.
Sé que existe una profunda ignorancia, sobre todo en las nuevas generaciones, sobre el papel del PRI en la construcción del México contemporáneo. Los prejuicios derivados del comportamiento de sus últimos dirigentes impiden hacer una valoración objetiva de su desempeño a lo largo del siglo XX. El PRI fue, sin duda, el gran instrumento de los gobiernos posrevolucionarios para insertar a México en la modernidad. La transformación de nuestra sociedad rural en urbana es consecuencia directa de esa estructura política formidable surgida del genio de Plutarco Elías Calles para lograr la unificación del país después del movimiento armado. La desmilitarización, la transición entre el viejo sistema porfirista y la democracia, con todas las imperfecciones que se quiera, hubiesen sido imposibles sin él. El acceso de las mayorías a la educación pública, incluida la universitaria, con la UNAM y nuestra UdeG, propiciaron la más alta movilidad social y el crecimiento de las clases medias. Con el IMSS y el ISSSTE a la cabeza, mejoraron las condiciones de salud. Los sistemas hidráulicos y carretero, el Infonavit, pensiones civiles, el arte mexicano y la reivindicación de una cultura sincrética -producto del mestizaje-, entre muchos logros, se acepte o no, son consecuencia de una institución hoy vacía ideológicamente, lejana de las bases militantes y apropiada por una camarilla de negociadores “pragmáticos”.
Cuando fallece algún personaje, por su trascendencia y ejemplaridad, se le rinden honores: se decreta uno o varios días de duelo, se coloca la bandera a media asta, se celebran tedeums y actos recordatorios. Incluso, se acuñan monedas y elevan monumentos. El último de estos eventos fueron las exequias de la Reina Isabel II de Inglaterra. Memoria y gratitud están ligadas. Una sirve para recordar y la otra implica reconocer el mérito pretérito en un mundo en el que lo único que existe es el presente. Un gran homenaje sería el final adecuado para una institución política sin la cual es inexplicable la historia de México. Honor a quien honor merece.